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sábado, 14 de enero de 2017

¿Es un gran cepillo de dientes... o sólo un cepillo de dientes?

Ante cualquier clase de rompimiento hay una serie de ceremonias que uno debe llevar a cabo para poder sanar. Estas ceremonias tienen como objeto llenar huecos de la ausencia, aminorar el dolor y fomentar un proceso de despedida, un duelo que uno tiene que elaborar.
Pero allí estaba ese estúpido cepillo de dientes: haciéndole la vida difícil, guardado en su bolsa de maquillaje, resguardado en el baño.
Tenía muy claro cómo juntar sus calcetines, los lentes de sol, el chaleco que le había prestado e incluso un porta-vasos que le había traído de Irlanda. Todo estaba ya en un mismo lugar, listo para ser devuelto a su dueño.

Aún no tiro tu cepillo de dientes.

Nudo en la garganta, nudos en el estómagos. Nudos en la cabeza.

Yo tampoco.

Hay algo muy curioso en esos objetos que dejamos ocupen un lugar en nuestra vida. Un cepillo de dientes representa todas las noches en que se quedó contigo, en que te quedaste con él. También era parte de una ceremonia: porque te lavabas los dientes antes de darle el beso de los buenos días. Era azul, uno de tus colores favoritos, y pensaste en recuperarlo - pedírselo de vuelta - porque era un buen cepillo, y podías aprovecharlo para otro lugar.

Vas a buscar su cepillo de dientes - que es verde - al baño, y de pronto caen sobre ti todos los recuerdos, toda la nostalgia, ambos inmisericordes. Despiadados, no dejan de darte punzadas y retortijones en el estómago y el corazón.
Una mañana te levantaste a buscarlo en el sillón donde solía dormir cuando se quedaba aquí: pero él no estaba. Te acostaste a llorar su ausencia, la falta de sus brazos, en los que llegaste a refugiarte los últimos días, cuando empezó a quedarse un poco más. Hasta que fueras a acostarte un ratito con él.
Es muy difícil hacerse a la idea de que no volverás a dormir con alguien. Puede que para ti sea lo más complicado de aceptar.

Aquí está el cepillo de dientes. Lo miras. Podrías tirarlo a la basura - lo cual parece muy violento -, utilizarlo para limpiar otras cosas. Pero no parece muy justo. Sacarlo de su contexto no parece lo más correcto ni lo más lógico.
Es como si ese cepillo de dientes tuviera un pedacito de él: uno mucho más grande y significativo que los lentes de sol, el chaleco o los calcetines. Todo eso era prestado.
El cepillo representa una esperanza, un lugar, una espera. Una posibilidad.
El cepillo de dientes es casi una parte de él: a la que le abriste las puertas de tu casa, de tu cuarto, para dejarlo escabullirse entre tus sábanas, entre tus piernas, y - a la larga - en tu mente y tu corazón. Le diste un cepillo de dientes como parte de las comodidades que cualquier persona civilizada debería tener en su casa.

Pero esta ya no es su casa. Él no quiso que lo fuera. Ya no volverá a dormir en el sillón, a sentarse a tomar café o una cerveza, a practicar pasos de swing sobre la duela, o a ayudar con algo que haya que hacer en la comida.
Le abriste las puertas de tu casa y se la ofreciste como parte de todo lo que tenías. Recuerdas su fiesta de cumpleaños, los pasos de baile sobre la duela, hacer el amor sobre el sillón (el estúpido sillón), silenciosamente. Recuerdas la única vez que durmió en tu cama, con las cortinas corridas y la luz cayendo sobre ambos, hasta que llegó la mañana y tú no querías salir nunca de allí.
Lo mismo pasaba cuando estabas en la suya.

Excepto para lavarte los dientes, y poder besarlo.

Regresarle el cepillo es sólo una ceremonia más. Te preguntas qué puede decir eso: ¿ya no eres bienvenido en mi casa? ¿ya no habrá una segunda oportunidad? ¿déjame en paz y llévate todo de ti?
Cortar de tajo no es agradable, pero es necesario y lo sabes.
¿Para qué quieres su cepillo de dientes? ¿qué va a hacer ahí en tu baño?

Él no volverá a usarlo allí.

Inevitablemente te preguntas ¿qué hará él con tu cepillo de dientes?
¿A caso importa?
Él te echó de su casa. Un día decidió que ya no quería compartir su cama, su chambrita, su mesa, su jardín, su familia.
¿Qué hace un cepillo de dientes para ti en su casa todavía?

Para cuando te das cuenta, todas las preguntas han pasado por tu cabeza, sin respuesta alguna, pero el cepillo de dientes ya está en el mismo bolsillo del chaleco que sus calcetines.
No lo haces para herirlo, o por una mala razón. Es cuestión de practicidad: no tiene ninguna utilidad aquí, en tu baño. Podría aprovecharlo para otro lugar.
Otra casa.
Para besar a alguien más con los dientes limpios.

La ceremonia del adiós está llena de actos simbólicos. Algunos no requieren de explicaciones, y otros son demasiados personales como para que el otro los entienda. Dejando de lado la lógica y la consideración - que, maldita sea, aún le tienes -, sabes que entregarle su cepillo de dientes quiere decir algo.

(¿Adiós? y cuida esa sonrisa).

jueves, 5 de noviembre de 2015

Quiéreme, cielito lindo

Me he enamorado de tus (sus) pestañas.
Me he enamorado de su (tú) cabello, que parece un nido de pájaros, un montón de olas en la orilla de la noche; el ideal para hacer cafuné.
Me he enamorado de sus (tus) hombros y de sus (tus) tobillos al bailar, de la elegancia de su (tú) cuello y la ligereza de sus (tus) brazos.
Me he enamorado de los dientes que se salen cuando se (te) ríe, de sus (tus) miradas de soslayo cuando hablamos.
Me he enamorado de sus (tus) cosquillas cuando le (te) beso la cara.

[ Y entonces él dijo "siento que ya lo tienes todo planeado".
Pero no. Aprendí a la mala que cuando crees que esas pestañas, ese cabello, el cafuné, la risa, los brazos, los pasos de baile, sus hombros y las cosquillas pasarán contigo el resto de la vida...
Puf. Esas cosas no son para siempre.]

Me he enamorado. La noche está aquí, el frío, las vibraciones en el fondo del estómago y en alguna parte de la columna vertebral. Está la expectativa, la esperanza: el flotar de la punta de los pies 5 centímetros por encima del suelo. Está la búsqueda, mi mano sin cigarros. Están las lágrimas y los nudos en la espalda, están los sueños agitados y las ojeras; están esas sonrisas de pájaro y mis pies descalzos: mi corazón abierto.

[Y entonces él dijo "es que eso es lo que me da miedo: que seas tan entregada".
Pero así soy. Como dijo Antígona yo vine al mundo para amar.
Y ya no puedo hacer menos que eso.]

Me he enamorado de la forma en que me acerca a su cuerpo cuando bailamos.
Ahora sé que no hay forma de volver atrás.

(Que no quiero volver atrás...)

domingo, 1 de junio de 2014

M.A


A él tampoco le gustan las cosquillas. Sus lunares me distraen de toda posible contradicción, de los paradigmas del universo y los axiomas de mi conciencia. No lo he podido ajustar a que quepa en una única palabra, porque todo me remite a él; al seseo que lleva entre los dientes y me hace perder cuentas, universos, funciones de onda.
Descubre la cortina de sus horrorosamente largas pestañas para mirarme: un potencial delta se forma en el pozo de mi vientre y partículas indistinguibles, que nada tienen de mariposas, me hacen cosquillas. Me gusta pensar que vibramos en la misma frecuencia, que las soluciones en nuestras fronteras son continuas. Que estamos hechos el uno para el otro.




martes, 18 de diciembre de 2012

La mujer de las garzas



La mujer de las garzas - aunque no eran propiamente garzas - le robaba intermedios a sus días, ya fuera durante sus clases o antes de ir a dormir, para dejar sus manos llenas de tinta y acuarela y las puntas de sus dedos tatuados con los dobleces que de pronto hacía ya mecánica e inconscientemente. Dicho apodo se lo otorgó un compañero de su clase de astrofísica, al advertir que, en vez de prestar atención a las peculiaridades de una estrella, ella se dedicaba a hacer grullas con las hojas de sus exámenes o las de viejos apuntes.
Acumulaba las grullas en una caja, aunque muchas veces podían encontrarse también en el fondo de su bolsa o escondidas entre las páginas de su carpeta, dentro de su estuche o asomándose sobre los muebles. Algunas desafortunadas caían en las garras de sus gatos y terminaban ahogándose en un plato de agua, o al borde del abismo del balcón con agujeros en las alas.
Ese día él supo que había sido ella la que colgó en su puerta las últimas 99, decoradas y atadas a manera de móvil, y salió a buscarla. Cuando la encontró, sus miradas se enfrentaron, sujetándose contra el vértigo que ya se los había tragado y que, ella esperaba, seguiría tragándoselos.
Fue ese mismo vértigo el que la llevó a correr descalza sobre las piedras, la tierra húmeda y seca, y el pasto de una calle cerca de Miguel Ángel de Quevedo, bajo la mirada de los dioses - viejos y antiguos, o quizás del único - hasta llegar al puente donde había entregado su corazón y donde ahora entregaba su propio deseo de vivir y el de que todos vivieran.
Se arrodilló mientras hablaba, ya no en un susurro, sino con voz segura. Terminó la última grulla y la estrechó contra su pecho, "pues este es mi deseo".
Su segundo deseo fue convertirse en grulla, garza, golondrina y volar muy muy lejos. Mientras la tarde descendía los escalones del cielo, se subió al puente para dejar la grulla sobre la rama de un árbol, y aunque sabía que no pasaría mucho para que se cayera, deseó que conociera las estrellas y los ojos de Dios, pues la esperanza no queda oculta para quien sabe verla.
Así, por todas las cosas que realmente importan, dejó el puente y dos nombres escritos cono rojo sobre la piedra. Deseó que la muerte, el sueño, Dios, la luna, la vida y el sol la vieran con sus pies descalzos, que declaraban que, sin importar lo arduo o difícil del camino, ella lo recorrería.
Y es que, con el susurro del papel y las armonía de los colores, ella sólo pensó en regalares esperanza, aún si ellos no creían en los extraños mecanismos que la impulsaron a comenzar las grullas. Y aunque en el fondo tal vez ella fuese la única que esperaría a ver su deseo cumplido, no obstante, esperaría.

Srita. Entropía ~
[Pide un deseo conmigo]



martes, 18 de septiembre de 2012

Pero shh. Es un secreto

[ Todavía hay algo que dejaste perdido en mi boca.
Esperaré a que vengas a recuperarlo ]

martes, 19 de junio de 2012

»| Artistas de la cuerda floja



Cambié cigarros y otros malos vicios por comida y malabares, aros en mi cintura, colgarme de cabeza en un tubo y besos tuyos en espacios abiertos, en los pisos fríos, en mis orejas, en mi boca, en mi frente.
Las esquinas dejaron de acumularse, todas las cosas tienen nombre. Dejé de hacer tonterías con mis sentimientos y con mis palabras para escribirte poemas, cuentos que se morían por salir de mi mente y arrojarse desde mis dedos; para que todo fuera puro y mero amor por ti.
Me hiciste aprender a besar correctamente en la mejilla al saludar. Encontrar besos que se reinventan y no tienen miedo ni pudor al cambiar, experimentar.
Cambié horas muertas y flojera por la determinación necesaria para hacer lo que más me gusta: aprender, enseñar, ayudar de nuevo. He vuelto a malabarear con posibilidades infinitas y positivas.
¿Qué chistoso no? Uno tiene concepciones extrañas del amor. Yo tenía ciertamente unas muy raras, demasiado complicadas. Pero no, ahora sé que tan sencillo, tan claro. Tiene que ver con el vértigo, con los acantilados, la luz, el mar y la luna. Esas cosas lo rigen. Todo eso lo llevas en los ojos.
Cambié cobardía por el valor necesario para aceptar que Peter Pan nunca vendrá, que yo puedo transformar las cosas a mi alrededor. Que aunque el ser humano necesite errores y dolor, no hay que exagerar, ni optar por los peores siempre. Una vez que se aprende, no repetir estupideces.
Cambié malas palabras por sinónimos que no creí existieran si quiera; el interés por explorar opciones y probarlas.
Cambié una concepción errática y difusa del universo por la idea clara de que todo puede cambiar. De que el amor es la mejor razón es para eso. La vida es acto. 
Nadie dijo que cambiar fuera fácil. Ni siquiera tú. Supongo que el chiste está en aceptar que se puede cambiar. Es normal tener miedo a cambiar ¿qué tal si todo sale mal?
Cambié las dudas por tu monociclo y por esa sonrisa que haces cuando hago las cosas bien, para bien. Cuando crees en mí y en mis vectores que ahora tienen dirección y sentidos claros. Pronto tendré que aprender a usar tacones correctamente para estar a la altura de sus magnitudes.
Cambié caos por algunos principios sencillos y sin embargo, creo que estarías de acuerdo con varios.

Cambié mi más grande torpeza, varios de mis defectos, el horizonte de eventos incierto del agujero negro que hay dentro de mí por la cuerda, aunque floja, que me regalaste: la esperanza.
Ahora sé que nunca caeré de ella como antes.

Srita. Entropía ~
[Y espera a que pueda andar en monociclo sobre ella]

domingo, 10 de junio de 2012

Y darnos un beso que nos nos despida ~



No sé si ya lo planeabas o si lo pensaste, pero cuando tu boca se deslizó sobre la mía al despedirnos, se me olvidó el mundo, el suelo, el calor, las horas, lo hayas intuido, o calculado, o no.
Tú y tu traje negro de rayas me hicieron perder todas las nociones de la realidad. Una acción fantasma a distancia me obligó a negarte mi mejilla para darte mi boca, el beso, que tú te enteres de mi y yo de ti, como dos partículas que necesitan saber qué le pasa a la otra cuando ambas se ven sometidas a una misma acción, fuerza, destino, la mano de Dios, como quieras llamarle.
Ya iban dos veces en que tu pie se preparaba para abordar el pumabus, como todas esas veces que huiste con las palabras y me dejaste sólo la entropía, la cual aún no termino de ajustar linealmente en este mundo de acciones irreversibles e incontrolables. Pero te detuviste, regresaste, me llamaste "tramposa" e inclinaste tu cuello, como lo haces cuando me pides un beso, y ya no me pude resistir: tuve que tomarte el rostro con ambas manos, como en las películas románticas, atraerte hacia mí, como los polos opuestos. Ya hemos hablado de la acción electromagnética: y llévate la incertidumbre, llévate todas mis variables aleatorias, los errores humanos y las emociones que ni la geometría podría definir. Quiero seguir en dirección lineal, desajustarme cuando tenga que hacerlo y que vengas a reacomodarme aunque sea en cuadrados chiquititos. Que esto tenga solución en nuestro propio campo vectorial, divergencia menor a cero hacia ti, hacia mí.
Y te di el beso que debería poder darte todos los días, cuando vayas, vengas, regreses, te ausentes unos segundos y seamos como el gato de Schrödinger, estados sobrepuestos, ¿vivo o muerto? Respiremos, la pausa no nos ha matado. Las cuerdas no se han desenredado, ¿has pensado en lo bonito que sería vivir sobre una banda de Möbius? O quizás sobre un toro para poder peinarnos perfectamente y que me expliques porque puedo escucharte en el vacío y con gravedad cero, hacer experimentos con tu sonrisa, que ha resultado serlo todo: la función fundamental, los únicos armónicos.
Cuando nos caigamos, nos levantaremos. "No todo está perdido" dijo el buen Jorge Drexler. Noslevantaremos.
Seni sevyorum. Turquía no está tan lejos, probablemente tampoco el país de nunca jamás, que también vive en tus ojos. Y mis manos tantearon tu piel y desearon quedarse con ese nebo rubí de tu pecho, con tus orejas que todo lo escuchan, que diluyen los últimos ecos de mi boca para llevárselos a quién sabe dónde; ven a ayudarme a justificar lo que haya que justificar. Quedarnos sin asíntotas para que las hipérbolas culminen en el ósculo perfecto, la aproximación idealizada.
Tómame de la mano, fiel tú entre los fieles, hasta que se me olviden los agujeros negros y el polvo estelar que lleva la muerte en los pies; que al final sólo queden el mar y los hilos de las estrellas.
Vamos a ocuparnos del universo para encontrar que es infinito.
Y mis manos no querían dejarte ir. Pero no hoy. En otro plano, en otra historia. En otro poema sin concluir, sin leerte. Me quedé allí parada, esperando.

Siempre estaré aquí, esperando. En este sistema de referencia donde, lo veas cómo lo veas, tú y yo siempre vamos a ser infinito más uno.

Srita Puntual ~
[Para ti, mi matemático poeta.]

martes, 24 de abril de 2012

Cucharas sobre la nariz •


Mis lunares hacen conjuntos arcoconexos: una curva sencilla de tus dedos los puede unir, aquí y allá, del muslo al cuello o del brazo a la espalda. También me puedes partir la piel en intervalos con cicatrices o con saliva, quizás con marcas de mordidas. No sé encontrarle el área al lugar bajo mi cintura, pero estoy segura de que encontrarías la forma de parametrizarla, compararla con la longitud de arco de la planta de mis pies, quitarle la variación de los poros para quedarte con los números primos de mis suspiros, desnudos, convexos.
Yo no solía poner tanta atención a la formulación lógica y al uso del lenguaje, tal como el uso del implica o el por lo tanto, hasta que llegaste a criticar mis tareas y a ponerle un orden a mis números reales. Una cardinalidad que empieza con tu sonrisa y acaba con el silencio de la noche, todos los días.
Nunca creí entender el infinito con tanta certeza hasta que me hablaste de la sucesión que habita en tu cabeza. Muchas palabras y pensamientos, muchas estrellas y contradicciones.  Me asomo en tus ojos para no encontrarle convergencia al límite de la vecindad de nuestras miradas. ¿Me explicas por qué la raíz cuadrada de un número imaginario me parece lo más racional desde que te conozco? Quizás porque la curvatura del círculo también tiene sentido cuando desordenas los espacios topológicos que hay sobre mis manos y a veces llegan hasta mis tobillos, o en mi cabello, que no conoce la decencia de un espacio vectorial: por eso nunca puedo peinarme. Por eso mis brazos se enredan en tu cuello con todo el descaro de la continuidad, la conexidad. 
Es por la topología de mi nariz que puedo poner cucharas sobre ella para hacerte reír, mientras que tú puedes ir y venir en monociclo, haciendo malabares con forma de elipses, circunferencias, con el ritmo y la secuencia de la rayuela de nuestra temporada de cerezas.

Srita. Entropía ~
[Tus orejas son mi espacio métrico favorito]

domingo, 4 de marzo de 2012

»|La sorpresa nos encontró...



...Y estábamos desnudos del alma, de las manos, del corazón y los pies. Paralelos, absolutos, definitivos. Declinando los puntos suspensivos, abusando del sístole-diástole, sístolediástole. Eternizando momentos, preparándonos para saltar. Fantaseando con sucesiones e infinitos, la curvatura del círculo, para siempre y nunca jamás.
Tuve miedo de dudar, de que soñaras con ventanas y quisieras hacer paréntesis entre nubes antes que tomarme de la mano. Supe que los incendios que llevo en el alma, junto con los espacios vacíos, te hicieron estremecer, correr unos centímetros. Pero de nuevo, las manecillas de nuestros relojes tararearon y volviste a asomarte entre mis clavículas, para ver si podíamos crear algo juntos. No sé si una vida, un desacierto, un destino o una teoría. Por mi parte, no estaba segura de querer que todas tus palabras existieran, tampoco las luces de los faroles que te llevan a casa, dejándome notas que, irremediablemente, tendrían que bastar para aguantar tu ausencia.
Queríamos evaporarnos, reírnos, vivirnos hasta que los adjetivos no fueran suficientes y tuviéramos que aprender otros idiomas para explicarnos lo que sentimos. Sobra mencionar instantes, inviernos, movimientos que nos tatuaríamos en la piel de la mente, para recorrerla con escalofríos cuando llueva en las madrugadas. Mirarnos para hurgar en nuestros recuerdos sin ir tropezándonos con arrepentimientos, u obligarnos a rascar cicatrices.
Estábamos escondidos, susurrándonos para quebrar límites, para encontrarnos. Y no nos esperábamos los impulsos, la función exponencial que se nos quedó a manera de sonrisa para toda la vida.
Tus dedos me tomaron por sorpresa. Una temporada sin fuerza de gravedad, un abismo para saltar sin paracaídas y binomios con nuestros nombres para desarrollar se presentaron cuando creíamos, como los científicos, que nada de eso existía.

Srita. Etropía ~
["Te espero escondida para que me encuentres"]