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viernes, 22 de diciembre de 2017

Espuma y arrecife


[ Me quedé en el suspenso de la orilla, en ese salto entre un sí y un no.
Quisiera seguir no evitando la vida contigo. 
Me encontré a mi misma bailando esta canción, a media luz, con el humo azul y blanco del cigarro flotando alrededor de mi cabeza, con los pies descalzos. Olvidé el mundo y el tiempo se me fue entre los tobillos. Alguien gritaba mi nombre, alguien quería regresarme al sistema de referencia donde tu ausencia me pesa.
Floto. Me quedé con un lunar desaparecido de tu mano en un rincón de mi boca, en una esquina de mi mente. 
Eric me dice que  a veces hay cosas que sólo pueden decirse con una rola.


Extraño habitar nuestro silencio. Que habites el mío, habitar el tuyo.

Más que aprender de mi o de ti, me aprendí en ti.
Gracias, siempre, por ello.]

miércoles, 22 de noviembre de 2017

La rumba no se aprende en 7 días

"La perfección se encuentra en el momento que recuerdas las historias de tu vida con el corazón"

Pa-pa-paU-pa-PA

Una vez me preguntaste si, como los gatos, bailaba cuando no había nadie cerca para verme.
Sonreí, pero nunca te conté qué canción bailo cuando estoy sola.

He estado preguntando a mis cómplices en el baile qué adjetivos se pondrían como bailarines, y qué adjetivos le pondrían a su baile. "Sonriente, coqueto, apasionada, incompleto".
"Libre".
"Regocijante (osease bien rifado)".
                                                                                                                                         [Lo sé]

Yirat dice "si lo dudas, pierde lo sabroso". Se me va el paso, pierdo la cuenta; ya no sé si estoy yendo a tiempo. En los tornillos de hombre, me confundo con las pausas, mi cadera me traiciona. En la cumbia, no entiendo dónde poner la fuerza en los brazos. En el swing, me tropiezo con mis propios pies. En las ruedas de salsa hay tantos pasos que no conozco y que no sé cómo ejecutar. Me estrello con el que sigue, ya no llego a tiempo al dile que no.
Dile-que-no.
                                                                                                                    [Tantas veces dijiste que no]

Como al escribir, busco mi voz en el baile, mi "estilo", mi propio mambo y los swibles. Sé cuáles quiero que sean mis adjetivos, aunque creo que todavía estoy muy lejos de ellos.
Mel me preguntó si a caso le tenía tanto miedo a mi propio cuerpo. Con tristeza, pensé que uno de mis adjetivos es "cobarde".
Pensé en el riesgo, la dificultad. El peligro.

                                                     [Pero, ya no estoy en las gradas del deportivo de Texcoco,
                                                                                                      esperando.
                                                                 No estoy en el salón la Marakita, ni en el pasillo del Tlahuiz,
                                                                                                      esperando]


- Cohibida. Rifada. Ñoña. Pasiva. Leechasmuchasganas. -

Me pregunté por qué era más fácil apropiarme de tus adjetivos que buscar  - construir - los míos. Volví a mirarte hacia arriba, a sentir ese flaqueo - y oh no, por favor, no en la vuelta, no cuando estoy más vulnerable -.
Virginia Woolf solía decir que las miradas de los otros son nuestras prisiones, sus pensamientos nuestra jaula.

Me embarga la tristeza de pensar que lo único que construimos juntos fueron barrotes.
Una enorme jaula para pájaros.
(¿O para gatos?)

                                                                                [Ella no sabe de calle
                                                                                      Pero le parte pa’rriba
                                                Porque en la calle está lo único
                       Que le devuelve la vida]


Me sacudí el fracaso (¿fracaso?) de la falda; espanté el aturdimiento de mis hombros y rodillas. Aflojé los brazos, relajé la cintura, solté mi cadera.
Me quité los lentes, los zapatos.

Lo cierto es que, para bien o mal, nunca empecé a bailar por ti.
Lo que es aún más cierto hoy, es que ya no bailo (ni bailaré) por ti. Elijo escapar de esta jaula.
Ser libre como el viento. Deslizarme entre los barrotes. Para eso enflaqué.

Un pie aquí, el otro allá. Ojos cerrados. A tiempo. A CONTRA tiempo. Improvisa improvisa. Risas. Soltura, aquí, allá. Ir y venir como las olas, mover los hombros, la cadera, la cintura. Mover todo lo que no sabía que podía mover. Bailar
                                                                                      BAILAR.

Mel se ríe, lo escucho. Se levanta y me acompaña. Al principio no nos tocamos: bailamos frente a frente. Adorno-de-tres, Columbia. Ca-CHÁ y ¡vacuna! Después de tres, nos iremos juntos a casa.
(No confío en la gente que no sonríe cuando baila)
Pese a que no puedo verlo bien, adivino su fuerza, su presencia confrontadora y a la vez...

Déjate querer, pa' que tú veas que se goza.

Papi I y ¡wow! No sabía que podía hacer eso. No tenía idea de cuántas cosas caben en los compases de una canción, de todo lo que puede hacer mi cuerpo con los demás instrumentos, de cómo se puede jugar con la voz.
(O si la tenía, pero elegía no hacerlo...)


                                                                            [De pronto es Eric, retándome a bachatear;
                                   es Oscar, sonriéndome TODO el tiempo, enseñándome a brincar en la cumbia;
                                            es Sofi, ayudándome con las vueltas, con la soltura;
                                                es Carlos, mostrándome qué significa la conexión,
                                                     es Montse, invitándome a guiar y ser guiada;
                                                        es Arturo, ayudándome a practicar;
                                                           Es Quique, que dijo "ya estás bailando" y me enseñó aéreos;
                                                     es Sebastián, que con un solo brazo nos hace pasarla bien,
                                                      Es Lía, es Majo, es Marian, Lorena, inspirándome;
                                                         Es Roberto, es Azael, y jugamos;
                                                                            Es Alex diciendo "uno nunca tendría que pedir perdón al bailar"
                                                                   y me deja pisarlo.]



[                                                         Eres tú.
                                                            ERAS tú.
Diciendo "esta vuelta se llama el beso", y al final de la vuelta...
Eras tú, en el tercer escalón, en lo alto de la escalera.
                                                                                                                                                                         Cuánto te quise...]



Chai y yo hablábamos de que bailar también a veces es un diálogo.
Qué bonito ha sido entablar estas conversaciones.
(Gracias, finalmente).

Por fin, nuestras manos se buscan. Me atrevo, ¡no! me decido a guiarlo. Es una canción de swing y nos reímos (siempre nos reímos). Aunque no vea, mi mano siempre encuentra la suya: nos adivinamos en el movimiento y la risa. La conexión es este intercambio sin palabras, sin miradas.
Con todo, menos miedo.
Aquí, ahora, en esta música, en este lugar, en esta vida...










Elijo aprender, antes que fracasar.
                                                       Aprendí mucho de ti.

Así que, ahí van mis pies. Y los dejaré ir. Dejaré ir mis brazos, la cintura, mi cuello, las piernas, la mirada, la sonrisa.
No olvidaré porque fue que esperé tanto.


                       Mel me pisa. Nos reímos.



Siempre nos reímos.

sábado, 14 de enero de 2017

¿Es un gran cepillo de dientes... o sólo un cepillo de dientes?

Ante cualquier clase de rompimiento hay una serie de ceremonias que uno debe llevar a cabo para poder sanar. Estas ceremonias tienen como objeto llenar huecos de la ausencia, aminorar el dolor y fomentar un proceso de despedida, un duelo que uno tiene que elaborar.
Pero allí estaba ese estúpido cepillo de dientes: haciéndole la vida difícil, guardado en su bolsa de maquillaje, resguardado en el baño.
Tenía muy claro cómo juntar sus calcetines, los lentes de sol, el chaleco que le había prestado e incluso un porta-vasos que le había traído de Irlanda. Todo estaba ya en un mismo lugar, listo para ser devuelto a su dueño.

Aún no tiro tu cepillo de dientes.

Nudo en la garganta, nudos en el estómagos. Nudos en la cabeza.

Yo tampoco.

Hay algo muy curioso en esos objetos que dejamos ocupen un lugar en nuestra vida. Un cepillo de dientes representa todas las noches en que se quedó contigo, en que te quedaste con él. También era parte de una ceremonia: porque te lavabas los dientes antes de darle el beso de los buenos días. Era azul, uno de tus colores favoritos, y pensaste en recuperarlo - pedírselo de vuelta - porque era un buen cepillo, y podías aprovecharlo para otro lugar.

Vas a buscar su cepillo de dientes - que es verde - al baño, y de pronto caen sobre ti todos los recuerdos, toda la nostalgia, ambos inmisericordes. Despiadados, no dejan de darte punzadas y retortijones en el estómago y el corazón.
Una mañana te levantaste a buscarlo en el sillón donde solía dormir cuando se quedaba aquí: pero él no estaba. Te acostaste a llorar su ausencia, la falta de sus brazos, en los que llegaste a refugiarte los últimos días, cuando empezó a quedarse un poco más. Hasta que fueras a acostarte un ratito con él.
Es muy difícil hacerse a la idea de que no volverás a dormir con alguien. Puede que para ti sea lo más complicado de aceptar.

Aquí está el cepillo de dientes. Lo miras. Podrías tirarlo a la basura - lo cual parece muy violento -, utilizarlo para limpiar otras cosas. Pero no parece muy justo. Sacarlo de su contexto no parece lo más correcto ni lo más lógico.
Es como si ese cepillo de dientes tuviera un pedacito de él: uno mucho más grande y significativo que los lentes de sol, el chaleco o los calcetines. Todo eso era prestado.
El cepillo representa una esperanza, un lugar, una espera. Una posibilidad.
El cepillo de dientes es casi una parte de él: a la que le abriste las puertas de tu casa, de tu cuarto, para dejarlo escabullirse entre tus sábanas, entre tus piernas, y - a la larga - en tu mente y tu corazón. Le diste un cepillo de dientes como parte de las comodidades que cualquier persona civilizada debería tener en su casa.

Pero esta ya no es su casa. Él no quiso que lo fuera. Ya no volverá a dormir en el sillón, a sentarse a tomar café o una cerveza, a practicar pasos de swing sobre la duela, o a ayudar con algo que haya que hacer en la comida.
Le abriste las puertas de tu casa y se la ofreciste como parte de todo lo que tenías. Recuerdas su fiesta de cumpleaños, los pasos de baile sobre la duela, hacer el amor sobre el sillón (el estúpido sillón), silenciosamente. Recuerdas la única vez que durmió en tu cama, con las cortinas corridas y la luz cayendo sobre ambos, hasta que llegó la mañana y tú no querías salir nunca de allí.
Lo mismo pasaba cuando estabas en la suya.

Excepto para lavarte los dientes, y poder besarlo.

Regresarle el cepillo es sólo una ceremonia más. Te preguntas qué puede decir eso: ¿ya no eres bienvenido en mi casa? ¿ya no habrá una segunda oportunidad? ¿déjame en paz y llévate todo de ti?
Cortar de tajo no es agradable, pero es necesario y lo sabes.
¿Para qué quieres su cepillo de dientes? ¿qué va a hacer ahí en tu baño?

Él no volverá a usarlo allí.

Inevitablemente te preguntas ¿qué hará él con tu cepillo de dientes?
¿A caso importa?
Él te echó de su casa. Un día decidió que ya no quería compartir su cama, su chambrita, su mesa, su jardín, su familia.
¿Qué hace un cepillo de dientes para ti en su casa todavía?

Para cuando te das cuenta, todas las preguntas han pasado por tu cabeza, sin respuesta alguna, pero el cepillo de dientes ya está en el mismo bolsillo del chaleco que sus calcetines.
No lo haces para herirlo, o por una mala razón. Es cuestión de practicidad: no tiene ninguna utilidad aquí, en tu baño. Podría aprovecharlo para otro lugar.
Otra casa.
Para besar a alguien más con los dientes limpios.

La ceremonia del adiós está llena de actos simbólicos. Algunos no requieren de explicaciones, y otros son demasiados personales como para que el otro los entienda. Dejando de lado la lógica y la consideración - que, maldita sea, aún le tienes -, sabes que entregarle su cepillo de dientes quiere decir algo.

(¿Adiós? y cuida esa sonrisa).

miércoles, 25 de junio de 2014

Para .



Last time I saw you
We had just split in two.
You were looking at me.
I was looking at you.
 

You had a way so familiar,
But I could not recognize,
'Cause you had blood on your face;
I had blood in my eyes.
 

But I could swear by your expression
That the pain down in your soul
Was the same as the one down in mine.
That's the pain,
Cuts a straight line
Down through the heart;
We called it love.
 

So we wrapped our arms around each other,
Trying to shove ourselves back together.
We were making love,
Making love.
 

It was a cold dark evening,
Such a long time ago,
When by the mighty hand of Jove,
It was the sad story
How we became
Lonely two-legged creatures,
 

It's the story of
The origin of love.
That's the origin of love.


 [Si no te tardas mucho, te espero toda la vida. ]

domingo, 14 de julio de 2013

El acto de llorar.

En las Islas de Verano, según cuenta George R. R. Martin en su cuarto libro de Juego de tronos, la muerte se celebra con la vida. Así, para llorar, sus habitantes hacen el amor.

Deberíamos llorar así más seguido.
Así deberíamos llorar la muerte.


lunes, 18 de marzo de 2013

Dicen que llevamos el infinito en el corazón

Leyendo un texto de Sabines sobre Adán y Eva, recordé que Hemingway solía decir que "Hacer el amor es hacer una tregua con la muerte". El amor real y veraz lo hace.

Y entonces me di cuenta de que Adán y Eva definitivamente sabían el secreto de vivir para siempre.
Y sólo me dio más tristeza.

Srita. Entropía.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Alfonsina

"Y si llama él
No le digas nunca que estoy
Di que me he ido"

...Pero yo no entendía a dónde se había ido Alfonsina, a dónde iban las olas y marzo, mucho menos de qué se alimentaban esas lágrimas que tiraba mi madre al leerme el final de la sirenita, aquel en el que ella se vuelve espuma por no querer apuñalar a su príncipe.
¿Qué no estaba dormida Alfonsina? ¿qué no los poemas son lo contrario al silencio? Pero entonces me empapó la resaca de la marea alta - o baja, o lejana, o cercana - y supe que hay muchas maneras de escuchar silencios. Que en ese cono que trae el frente de onda - a veces coronado con peces o estrellas de mar, quizás con los cabellos de Alfonsina o con la daga que la sirenita debía usar -, que se enreda y seduce tus tobillos con su fuerza, se te va la vida en una exhalación más larga que el océano: una que va y vuelve, se lleva y trae, se va y regresa.
Alfonsina no escuchó el océano de una caracola, no pudo conformarse con ese sonido que se acomoda en tu oído y se acurruca en tu mente durante un momento. Ella tuvo que abrazarse de él, torciendo rumbos, como ella decía. Y es que, según dicen, su nombre significa "dispuesta a todo".
Mi madre nunca me dijo que Alfonsina Storni tuvo cáncer de mama. Y ahora que leo sus poemas, sé de dónde nació la letra de la canción, aunque a mi me gusta más la versión instrumental de Paquito De Rivera.
Me pregunto si Alfonsina pensó en el vértigo cuando se arrojó hacia el mar: ese que a mi me gusta sentir en la orilla de los acantilados, viendo como el mar se lleva las estrellas y los cometas invisibles. Me pregunto si ella imaginó su profundidad y si la muerte es fría y tiene el mismo vaivén que tienen las olas del mar.
Siempre he pensado - y sin encontrarle ningún caracter oscuro ni deprimente - que me gustaría morir en el mar o, en su defecto, en el agua, como Alfonsina Storni, como Virginia Woolf.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

So, so you think you can tell Heaven from Hell


We're just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year, 
Running over the same old ground. 
What have you found? 
The same old fears. 

Wish you were here.