viernes, 5 de octubre de 2012

Crumble |«



Las manzanas chilenas son mejores que cualquier otras, quién sabe si sea por el tamaño. Escoge seis y duda. ¿Alcanza para tres? Uno para la familia, uno para agradecerle a su amiga... Y si, originalmente pensó únicamente en hacer uno para él. Luego su madre aceptó prestarle los recipientes e hizo un mohín por que no planeaba hacer uno para ella.
Después tendrá que reponer tanta mantequilla utilizada. Quedan tres manzanas en el frutero, por suerte hay suficiente harina y azúcar. Como siempre, le falla el cálculo de las migas, pero le falla más el corazón en el momento de meditar cómo va a repartir las porciones, porque hay un recipiente grande, uno mediano y uno apenas del tamaño de una rebanada.
Si por ella fuera, le daría los tres a él. Camina por la cocina, prende el horno. Todo se calienta, pero ella se queda con las manos frías, llenas de mantequilla. Mastica las cáscaras de manzana mientras despeja "su área". Abre la ventana, la noche se asoma. Seguro algo de eso quedará cuando le ponga la canela.
Por fin, reparte las manzanas, no sin antes poner una capa de migas sobre el fondo. De pronto, el más pequeño es el que más tiene. Debe ir por más manzanas para guardar equilibrio. Viene su madre, esconde el más chico debajo de una bolsa de papel sobre el microondas. Nadie entendería. No tiene ganas de dar explicaciones, de recibir miradas reprobatorias.
En realidad nunca dudó en prepararle uno, pues sabe que lo adora. Su primer pensamiento fue en hacérselo para animarlo. Un gesto sencillo, que algunos calificarían de generoso, pero también de inútil. ¿Con qué fin?
Los termina y los recubre de más migas. Abre el horno y coloca el más grande en el centro, luego el mediano. Pone especial cuidado en el más pequeño.
Pasan los minutos en intervalos de 20 y ella sale a ver la luna. Cualquiera diría que este acto es absurdo, estúpido. Y así se sentirá ella al día siguiente cuando vaya a buscarlo para entregárselo: pequeña, torpe y absurda. Más aún considerando la presentación, pues tendrá que dárselo en un tupper, sacar dos pyrex de la casa sería demasiado. Además, con eso de que él huye para no verla, quién sabe cuándo se lo devolvería. Su madre podría enfadarse.
Una amiga suya que estudia gastronomía alguna vez le contó que algunas mujeres tienen la costumbre de hablarle "bonito" a los alimentos cuando están en la estufa, o a las cosas que están picando, para que la comida no quede mal. Había una expresión para eso, pero no la recuerda. También su madre alguna vez le dijo que las emociones se quedan en lo que cocinas.
Ya pasaron 50 minutos, la cubierta se ve dorada. Pone la tabla de madera sobre la mesa y coloca los dos recipientes más grandes. El pequeño lo deja en la cocina, esperando que enfríen para ser consumidos.
Se queda contemplándolo. Piensa en aquella costumbre al término de la relaciones en las que devuelves todo lo que tienes del otro. Hace un recuento mental de las cosas que aún le pertencen a él y sólo fueron prestadas. Piensa también en el reloj que su mamá le regaló cuando entró a la universidad y que él seguramente ni usa.
En realidad nunca pensó en pedirle que le devolviera sus cosas. Tampoco en darle las suyas. Mira el crumble frente a ella y el vidrio le devuelve la mirada. En ella adivina algo más profundo que la tristeza. En esos minutos no transcurre precisamente el dolor, tampoco la indiferencia. Un monólogo a medias en el que inspecciona su interior sin preguntarse por qué.
Y es que, por exagerado que suene, en ese momento el mundo se hace demasiado grande. Se da cuenta de que, en realidad, siempre quiso darle todo lo que tiene.
Sigue queriendo hacerlo.
Sólo espera que de todas las emociones que se acumularon en su interior mientras cocinaba, sobre la cubierta dorada, entre las carne de las manzanas y en los poros de la canela se quedara el más sincero, el único que en realidad importa.
Al final, no podrá dárselo en persona, por lo mismo de que él ya no está. Pero unos días después recibirá un agradecimiento que dice "Soy muy feliz comiendo crumble".
Y aunque ella se quiera morir, le basta saber eso. Después de todo, hay cosas más importantes que las barreras que él ha puesto.
Espera que un buen pedazo de crumble pueda expresar eso.

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