lunes, 21 de agosto de 2017

Give me more funk

¿Fue en agosto? Me parecía más noviembre, pero puede que haya sido octubre.
La "conexión" contigo me resultaba confusa: pensé que, como yo, estabas aprendiendo, aunque claramente me llevabas cierta ventaja,
Ruchi dijo que eras guapo y tú te reíste nerviosamente. No me fijé con detenimiento, pero me gustaron los ojos detrás de tus lentes. Me quedé con un retazo de tu voz en alguna parte de mi mente.
Lo que sí, es que esa conexión fue... Intrigante.

Volví a encontrarte dando clases junto a rectoría (¿fue eso en febrero?). Quise lucirme un poco bailando contigo: quedé en ridículo ante mi evidente falta de práctica. Por no mencionar mi natural torpeza. Me gustó tú clase. Seguía intrigada por tu forma de conectar: por esa mirada que nunca retiras y, sobre todo, porque no sonreías al bailar.

Después de eso vino un "¿quieres bailar?" con tu bigote de Charles Chaplin. Estoy segura que eso fue mucho después, en abril. Me sacaste a bailar más de una vez. Me saludaste como si lleváramos más tiempo conociéndonos. Bailamos. Me dejaste tu sombrero, junto con esa traviesa sonrisa que, para ese entonces, ya me tenía deformando tiempo y espacio.
Desde febrero, yo tenía la intención de sacar a bailar a alguien más. En una multitud de gente,con dos de mis previas elecciones "a la mano", te encontré a ti: y no te estaba buscando.

Semana santa (en abril también, creo): mis nervios y mis fantasías truqueando los dobleces del conejo de papel que le asocié a tu sombrero. Nos encontramos una noche que - para variar - no esperaba verte. Bailamos. Esa vez dijiste las palabras mágicas:

"Uno no debería pedir perdón cuando está bailando..."

[Baila conmigo esta noche
así como lo hiciste UNA VEZ]

Compartimos una cerveza y entraste al laberinto de mi cabeza, llevando contigo una madeja. Vinieron las citas después de la clase de swing en rectoría: una chela con la promesa de otra. Te devolví el sombrero. Quise develar los secretos de tu seguridad, de esa sonrisa que no se parecía en nada a la que había visto en (¿habrá sido septiembre?).
Ya no quería un simple recuerdo.

Recuerdo que fueron tres veces. Una exprés, una segunda donde te conté la historia del barquito de papel (y supe que esto no tenía vuelta de hoja), y una tercera donde bailamos. Me acompañaste al metro. No queríamos despedirnos. Ya no sabía de qué se trataba - si se trataba de algo - cada que bailábamos swing, cada que habláblamos, que nos buscábamos. Me llevaste al cine, apenas si me tocaste de forma discreta las piernas.

Eso sí lo recuerdo muy bien: 20 de mayo. Más por que tú lo recordabas mejor que yo.

Ahora ya es agosto.
Ya nos hemos besado, tomado de la mano: encontrado a oscuras en el cine, empapados bajo la lluvia en insurgentes, fríos y adormilados en una tienda de campaña en Tepoztlán. Nos hemos leído mutuamente, hemos jugado ajedrez y nos hemos tirado a contemplar el pasto. Te he visto tocar el bajo mientras juegas con tus pies. Empiezo a explorar los tonos de travesura de tus ojos, a sacarle las líneas espectrales de los niveles de excitación de todos tus átomos cuando bailas, cuando hablas de lo que te gusta, cuando te emocionas, cuando te excitas, pero también cuando estás serio y distante.
Junio y julio se me han ido entre tus lunares, entre tus huesos. En el misterio de por qué no eras lo que estaba buscando y ahora....

Eres todo lo que busco en mí. Y no lo entiendo.

(Emocionados como niños
sonriendo olvidando todo
eras el dueño de la pista
los dos estábamos PERDIDOS)

No creo que tú estuvieras perdido.
Yo sí lo estaba.
Aunque ahora, contigo, creo que nunca lo estuve.