Como cuando pierdes el par de un calcetín y no sabes dónde, o cuando olvidas por qué fuiste a la cocina. Abres el refrigerador o la alacena y la respuesta no está allí sentada, esperando ser más que obvia. Como cuando estás seguro de que el agarre de tus manos va a sostenerte de donde quiera que estés colgado y de pronto te caes: tu espalda se estrella contra el piso y sabes que tuviste miedo, por eso no sujetaste con suficiente fuerza. Por eso te ganó la gravedad.
Como cuando te late que una expresión no es solución de la ecuación de Schrödinger, o que la luz no está polarizada perpendicularmente porque el comportamiento de la intensidad no debe ser así.
martes, 26 de diciembre de 2017
domingo, 24 de diciembre de 2017
Ciclos
[ Ya hemos comenzado a reconstruir mi casa. Empezamos por el cuarto de mi hermano, donde se tiró un muro que se está rehaciendo con ladrillos.
Pensé en los ladrillos
de mi vida.
Lady Gaga dice que love is like a brick, you can built a house or sink a dead body.
Me río. Pensé en envolver ladrillos con mis cartas húmedas. Le dije a mi hermano que debíamos intervenir uno cada uno.
La felicitación de fin de año que mi madre pretende enviar a todos nuestros conocidos, comienza con "adiós al 2017, año de temores realizados y..." algo sobre las cosas que no se cumplen. Los sueños que se van, las esperanzas que no aterrizaron.
Miro la pared y el cemento. Ciertamente, me quedé con varios sueños desbaratados, esperanzas desechas. Planes frustrados, piezas de rompecabezas que no encajan. Sin embargo, mi casa no se cayó: hay que reparar, resanar.
Reconstruir.
A mi barco no le han entrado agua a los aparejos.
Considero que el 2017 fue un buen año. "Intervengo" un ladrillo, escribiendo algo sobre mi casa. Mi padre pinta otro. Quería llenar uno con las patitas de mis gatos, pero iba a ser mucho más complicado de lo que pensé en un principio.
He estado meditanto sobre los palimpsestos.
Con esta reconstrucción y el repentino re encuentro con las 50 cartas que he escrito en los últimos 6 años, un par de piezas se acomodaron en mí. Algo encontró su lugar, el punto de equilibrio; algo iluminó, invadió, se apaciguó.
No por tener los pedazos de regreso. En realidad, siempre estuvieron allí.
Estoy completa.
Hoy pienso en los ciclos. Los ciclos que comienzan con un baile y un animal de papel, y que terminan...
Terminan con una carta. Salvo en esta ocasión.
Hoy, agradezco a mis compañeros de vida, por haberme acompañado en ese momento de mi vida. Celebro las palabras, los actos, los que cuentan.
Planto un ladrillo en algún lugar de esta pared. Hoy, replanteo todos los procesos, la ecuación, el experimento, sabiendo que fuiste el compañero de mi vida perfecto para este momento de mi vida. Que contigo encontré la paz, sin evitar la vida.
Un día podré escribir (te/me/nos) cuánto me crecí con este pasado.
Adiós 2017.
Año en que me convertí, oficialmente, en física. Año de mi primer publicación, de escuchar mi voz, de aprender a despedirme; año de resignificación; año de distancia, de bailar.
"Ir y venir, seguir y guiar, dar y tener,
entrar y salir de fase"
Año de seguir mis deseos.
[Chingue su madre el miedo.
Me visto de azul, de amarillo. Bailo Yemayá, como las olas, como la espuma golpeando contra el acantilado; me hundo en la arena y sigo bailando. Ya no más enjaular este océano; al diablo las paredes y las voces, que se hundan las piedras y se ahoguen las expectativas. Soltar, dejar ir, pero amar.
A M A R
Todomenosmiedo.
La vida es mía pero
el corazón es tuyo.]
Pensé en los ladrillos
de mi vida.
Lady Gaga dice que love is like a brick, you can built a house or sink a dead body.
Me río. Pensé en envolver ladrillos con mis cartas húmedas. Le dije a mi hermano que debíamos intervenir uno cada uno.
La felicitación de fin de año que mi madre pretende enviar a todos nuestros conocidos, comienza con "adiós al 2017, año de temores realizados y..." algo sobre las cosas que no se cumplen. Los sueños que se van, las esperanzas que no aterrizaron.
Miro la pared y el cemento. Ciertamente, me quedé con varios sueños desbaratados, esperanzas desechas. Planes frustrados, piezas de rompecabezas que no encajan. Sin embargo, mi casa no se cayó: hay que reparar, resanar.
Reconstruir.
A mi barco no le han entrado agua a los aparejos.
Considero que el 2017 fue un buen año. "Intervengo" un ladrillo, escribiendo algo sobre mi casa. Mi padre pinta otro. Quería llenar uno con las patitas de mis gatos, pero iba a ser mucho más complicado de lo que pensé en un principio.
He estado meditanto sobre los palimpsestos.
Con esta reconstrucción y el repentino re encuentro con las 50 cartas que he escrito en los últimos 6 años, un par de piezas se acomodaron en mí. Algo encontró su lugar, el punto de equilibrio; algo iluminó, invadió, se apaciguó.
No por tener los pedazos de regreso. En realidad, siempre estuvieron allí.
Estoy completa.
Hoy pienso en los ciclos. Los ciclos que comienzan con un baile y un animal de papel, y que terminan...
Terminan con una carta. Salvo en esta ocasión.
Hoy, agradezco a mis compañeros de vida, por haberme acompañado en ese momento de mi vida. Celebro las palabras, los actos, los que cuentan.
Planto un ladrillo en algún lugar de esta pared. Hoy, replanteo todos los procesos, la ecuación, el experimento, sabiendo que fuiste el compañero de mi vida perfecto para este momento de mi vida. Que contigo encontré la paz, sin evitar la vida.
Un día podré escribir (te/me/nos) cuánto me crecí con este pasado.
Adiós 2017.
Año en que me convertí, oficialmente, en física. Año de mi primer publicación, de escuchar mi voz, de aprender a despedirme; año de resignificación; año de distancia, de bailar.
"Ir y venir, seguir y guiar, dar y tener,
entrar y salir de fase"
Año de seguir mis deseos.
[Chingue su madre el miedo.
Me visto de azul, de amarillo. Bailo Yemayá, como las olas, como la espuma golpeando contra el acantilado; me hundo en la arena y sigo bailando. Ya no más enjaular este océano; al diablo las paredes y las voces, que se hundan las piedras y se ahoguen las expectativas. Soltar, dejar ir, pero amar.
A M A R
Todomenosmiedo.
La vida es mía pero
el corazón es tuyo.]
Variables Complejas
Los años pasan,
Nosotros los físicos,
Qué cursi es uno a veces,
Srita. Entropía,
Variable aleatoria
viernes, 22 de diciembre de 2017
Espuma y arrecife
[ Me quedé en el suspenso de la orilla, en ese salto entre un sí y un no.
Quisiera seguir no evitando la vida contigo.
Me encontré a mi misma bailando esta canción, a media luz, con el humo azul y blanco del cigarro flotando alrededor de mi cabeza, con los pies descalzos. Olvidé el mundo y el tiempo se me fue entre los tobillos. Alguien gritaba mi nombre, alguien quería regresarme al sistema de referencia donde tu ausencia me pesa.
Floto. Me quedé con un lunar desaparecido de tu mano en un rincón de mi boca, en una esquina de mi mente.
Eric me dice que a veces hay cosas que sólo pueden decirse con una rola.
Extraño habitar nuestro silencio. Que habites el mío, habitar el tuyo.
Más que aprender de mi o de ti, me aprendí en ti.
Gracias, siempre, por ello.]
Variables Complejas
Cantamos o nos callamos,
Qué cursi es uno a veces,
Srita. Entropía,
Variable compleja
jueves, 7 de diciembre de 2017
[]... Es una decisión
De las buenas.
De las que te hacen escribir, como Shakira, más de cien canciones.
De las que te hacen desafiar las leyes de la física: primera ley de la termodinámica, la ecuación del calor, las leyes del movimiento y la pérdida del ímpetu.
De las que te hacen querer bailar más.
Virginia Woolf decía que esta acción nos separa de los demás.
Pero es mi decisión.
Y aunque desearía compartirla contigo...
[ Elijo también el silencio. Adiós adiós. Y gracias.
Porque estas decisiones son las que valen la pena.
Y qué - no hay adjetivos para decribirlo -
que lo haya elegido
(que te haya elegido)]
De las que te hacen escribir, como Shakira, más de cien canciones.
De las que te hacen desafiar las leyes de la física: primera ley de la termodinámica, la ecuación del calor, las leyes del movimiento y la pérdida del ímpetu.
De las que te hacen querer bailar más.
Virginia Woolf decía que esta acción nos separa de los demás.
Pero es mi decisión.
Y aunque desearía compartirla contigo...
[ Elijo también el silencio. Adiós adiós. Y gracias.
Porque estas decisiones son las que valen la pena.
Y qué - no hay adjetivos para decribirlo -
que lo haya elegido
(que te haya elegido)]
lunes, 27 de noviembre de 2017
No me voy a morir
O sí, y a la chingada.
Entiérrenme debajo de un montón de flores, esparzan mis cenizas en el mar, en un huerto de estrellitas: que se confundan con la arena en el desierto, o con la tierra del Audiorama. Escóndalas entre las páginas de un millón de libros, en las esquinas de las mejores taquerías, o entre el serrín de hartas pulquerías.
Pongan música bonita en mi funeral: que todos bailen y coman. Que haya mezcal, salsa cubana, guacamole, swing, mojitos y cha cha chá. (Pero, por favor, nada de indio ni Stella, ni una sola canción de Maluma...)
Que haya poemas, una recopilación de mis cartas de amor;
un PUTERO
de lágrimas.
Un CHINGO
de risas.
O sí, y el papel se va a incendiar, el agua se evaporará.
Habrá retortijones de tripas, silencios descontados. Una pista de baile oscura y repleta; rincones invadidos de rencor irresuelto, de alegría consumida, de recuerdos en común. Cosas rotas en pedazos, otras buscando su mitad.
Si me entierran, que no sea a perpetuidad. De preferencia, en el tercer atrave. Dejen que mi tumba la visiten los gatos.
Planten amapolas o una jacaranda con los restos de mi cuerpo. Quemen todo lo que escribí (excepto las cosas buenas) y dancen alrededor de ellas. Repasen esas páginas repletas de sus nombres. Pinten de blanco la pared donde pongo la altura de la gente a la que quiero.
(No. Mejor eso no. Sólo
borren algunos).
El día de muertos póngame un caballito con Tepextate, pan - de preferencia de pueblo - y sal de mar.
No le enseñen a nadie mis FanFics de los caballeros del zodíaco; mis pajaros de papel; mis chistes personales; mis onomatopeyas y gemidos.
No me voy a morir,
o sí
y qué
"Morir también es ley de vida".
Así que, ya estoy organizando mi funeral:
Saldré a recorrer las calles, a enseñarle a nadar a mis alegrías en pulque, mezcal y chela: comeré por los buenos tiempos, bailaré sobre y debajo de la banqueta, desdibujando las noches que pasamos juntos. Me arrancaré el cabello y dejaré extinguir mi sonrisa hasta que llegue la madrugada y conjure todo lo aprendido, espantando a la nostalgia. Contaré la historia desde tu punto de vista, desde el mío: al diablo la objetividad y la subjetividad. Cerraré el libro, lo morderé, lo llenaré de lágrimas y correré la tinta de los recuerdos y las angustias, de los deseos y las esperanzas.
Me voy a morir,
a la chingada.
Y qué
Cuando lo haga, quiero que sepas que fue por ti.
Por el puro pretexto de organizar una fiesta tan buena, un homenaje; por la genialidad de los duelos, que traen consigo...
[Hartas cosas buenas]
A eso vine al mundo: amar y morir.
Entiérrenme debajo de un montón de flores, esparzan mis cenizas en el mar, en un huerto de estrellitas: que se confundan con la arena en el desierto, o con la tierra del Audiorama. Escóndalas entre las páginas de un millón de libros, en las esquinas de las mejores taquerías, o entre el serrín de hartas pulquerías.
Pongan música bonita en mi funeral: que todos bailen y coman. Que haya mezcal, salsa cubana, guacamole, swing, mojitos y cha cha chá. (Pero, por favor, nada de indio ni Stella, ni una sola canción de Maluma...)
Que haya poemas, una recopilación de mis cartas de amor;
un PUTERO
de lágrimas.
Un CHINGO
de risas.
O sí, y el papel se va a incendiar, el agua se evaporará.
Habrá retortijones de tripas, silencios descontados. Una pista de baile oscura y repleta; rincones invadidos de rencor irresuelto, de alegría consumida, de recuerdos en común. Cosas rotas en pedazos, otras buscando su mitad.
Si me entierran, que no sea a perpetuidad. De preferencia, en el tercer atrave. Dejen que mi tumba la visiten los gatos.
Planten amapolas o una jacaranda con los restos de mi cuerpo. Quemen todo lo que escribí (excepto las cosas buenas) y dancen alrededor de ellas. Repasen esas páginas repletas de sus nombres. Pinten de blanco la pared donde pongo la altura de la gente a la que quiero.
(No. Mejor eso no. Sólo
borren algunos).
El día de muertos póngame un caballito con Tepextate, pan - de preferencia de pueblo - y sal de mar.
No le enseñen a nadie mis FanFics de los caballeros del zodíaco; mis pajaros de papel; mis chistes personales; mis onomatopeyas y gemidos.
No me voy a morir,
o sí
y qué
"Morir también es ley de vida".
Así que, ya estoy organizando mi funeral:
Saldré a recorrer las calles, a enseñarle a nadar a mis alegrías en pulque, mezcal y chela: comeré por los buenos tiempos, bailaré sobre y debajo de la banqueta, desdibujando las noches que pasamos juntos. Me arrancaré el cabello y dejaré extinguir mi sonrisa hasta que llegue la madrugada y conjure todo lo aprendido, espantando a la nostalgia. Contaré la historia desde tu punto de vista, desde el mío: al diablo la objetividad y la subjetividad. Cerraré el libro, lo morderé, lo llenaré de lágrimas y correré la tinta de los recuerdos y las angustias, de los deseos y las esperanzas.
Me voy a morir,
a la chingada.
Y qué
Cuando lo haga, quiero que sepas que fue por ti.
Por el puro pretexto de organizar una fiesta tan buena, un homenaje; por la genialidad de los duelos, que traen consigo...
[Hartas cosas buenas]
A eso vine al mundo: amar y morir.
Variables Complejas
Lánzame los platos baby,
Srita. Entropía,
Tanathos
miércoles, 22 de noviembre de 2017
La rumba no se aprende en 7 días
"La perfección se encuentra en el momento que recuerdas las historias de tu vida con el corazón"
Pa-pa-paU-pa-PA
Una vez me preguntaste si, como los gatos, bailaba cuando no había nadie cerca para verme.
Sonreí, pero nunca te conté qué canción bailo cuando estoy sola.
He estado preguntando a mis cómplices en el baile qué adjetivos se pondrían como bailarines, y qué adjetivos le pondrían a su baile. "Sonriente, coqueto, apasionada, incompleto".
"Libre".
"Regocijante (osease bien rifado)".
Yirat dice "si lo dudas, pierde lo sabroso". Se me va el paso, pierdo la cuenta; ya no sé si estoy yendo a tiempo. En los tornillos de hombre, me confundo con las pausas, mi cadera me traiciona. En la cumbia, no entiendo dónde poner la fuerza en los brazos. En el swing, me tropiezo con mis propios pies. En las ruedas de salsa hay tantos pasos que no conozco y que no sé cómo ejecutar. Me estrello con el que sigue, ya no llego a tiempo al dile que no.
Dile-que-no.
Como al escribir, busco mi voz en el baile, mi "estilo", mi propio mambo y los swibles. Sé cuáles quiero que sean mis adjetivos, aunque creo que todavía estoy muy lejos de ellos.
Mel me preguntó si a caso le tenía tanto miedo a mi propio cuerpo. Con tristeza, pensé que uno de mis adjetivos es "cobarde".
Pensé en el riesgo, la dificultad. El peligro.
- Cohibida. Rifada. Ñoña. Pasiva. Leechasmuchasganas. -
Me pregunté por qué era más fácil apropiarme de tus adjetivos que buscar - construir - los míos. Volví a mirarte hacia arriba, a sentir ese flaqueo - y oh no, por favor, no en la vuelta, no cuando estoy más vulnerable -.
Virginia Woolf solía decir que las miradas de los otros son nuestras prisiones, sus pensamientos nuestra jaula.
Me embarga la tristeza de pensar que lo único que construimos juntos fueron barrotes.
Una enorme jaula para pájaros.
(¿O para gatos?)
[Ella no sabe de calle
Pero le parte pa’rriba
Porque en la calle está lo único
Que le devuelve la vida]
Me sacudí el fracaso (¿fracaso?) de la falda; espanté el aturdimiento de mis hombros y rodillas. Aflojé los brazos, relajé la cintura, solté mi cadera.
Me quité los lentes, los zapatos.
Lo cierto es que, para bien o mal, nunca empecé a bailar por ti.
Lo que es aún más cierto hoy, es que ya no bailo (ni bailaré) por ti. Elijo escapar de esta jaula.
Ser libre como el viento. Deslizarme entre los barrotes. Para eso enflaqué.
Un pie aquí, el otro allá. Ojos cerrados. A tiempo. A CONTRA tiempo. Improvisa improvisa. Risas. Soltura, aquí, allá. Ir y venir como las olas, mover los hombros, la cadera, la cintura. Mover todo lo que no sabía que podía mover. Bailar
Mel se ríe, lo escucho. Se levanta y me acompaña. Al principio no nos tocamos: bailamos frente a frente. Adorno-de-tres, Columbia. Ca-CHÁ y ¡vacuna! Después de tres, nos iremos juntos a casa.
(No confío en la gente que no sonríe cuando baila)
Pese a que no puedo verlo bien, adivino su fuerza, su presencia confrontadora y a la vez...
Déjate querer, pa' que tú veas que se goza.
Papi I y ¡wow! No sabía que podía hacer eso. No tenía idea de cuántas cosas caben en los compases de una canción, de todo lo que puede hacer mi cuerpo con los demás instrumentos, de cómo se puede jugar con la voz.
(O si la tenía, pero elegía no hacerlo...)
[De pronto es Eric, retándome a bachatear;
es Oscar, sonriéndome TODO el tiempo, enseñándome a brincar en la cumbia;
es Sofi, ayudándome con las vueltas, con la soltura;
es Carlos, mostrándome qué significa la conexión,
es Montse, invitándome a guiar y ser guiada;
es Arturo, ayudándome a practicar;
Es Quique, que dijo "ya estás bailando" y me enseñó aéreos;
es Sebastián, que con un solo brazo nos hace pasarla bien,
Es Lía, es Majo, es Marian, Lorena, inspirándome;
Es Roberto, es Azael, y jugamos;
Es Alex diciendo "uno nunca tendría que pedir perdón al bailar"
y me deja pisarlo.]
[ Eres tú.
ERAS tú.
Diciendo "esta vuelta se llama el beso", y al final de la vuelta...
Eras tú, en el tercer escalón, en lo alto de la escalera.
Cuánto te quise...]
Chai y yo hablábamos de que bailar también a veces es un diálogo.
Qué bonito ha sido entablar estas conversaciones.
(Gracias, finalmente).
Por fin, nuestras manos se buscan. Me atrevo, ¡no! me decido a guiarlo. Es una canción de swing y nos reímos (siempre nos reímos). Aunque no vea, mi mano siempre encuentra la suya: nos adivinamos en el movimiento y la risa. La conexión es este intercambio sin palabras, sin miradas.
Con todo, menos miedo.
Aquí, ahora, en esta música, en este lugar, en esta vida...
Elijo aprender, antes que fracasar.
Aprendí mucho de ti.
Así que, ahí van mis pies. Y los dejaré ir. Dejaré ir mis brazos, la cintura, mi cuello, las piernas, la mirada, la sonrisa.
No olvidaré porque fue que esperé tanto.
Mel me pisa. Nos reímos.
Siempre nos reímos.
Pa-pa-paU-pa-PA
Una vez me preguntaste si, como los gatos, bailaba cuando no había nadie cerca para verme.
Sonreí, pero nunca te conté qué canción bailo cuando estoy sola.
He estado preguntando a mis cómplices en el baile qué adjetivos se pondrían como bailarines, y qué adjetivos le pondrían a su baile. "Sonriente, coqueto, apasionada, incompleto".
"Libre".
"Regocijante (osease bien rifado)".
[Lo sé]
Dile-que-no.
[Tantas veces dijiste que no]
Como al escribir, busco mi voz en el baile, mi "estilo", mi propio mambo y los swibles. Sé cuáles quiero que sean mis adjetivos, aunque creo que todavía estoy muy lejos de ellos.
Mel me preguntó si a caso le tenía tanto miedo a mi propio cuerpo. Con tristeza, pensé que uno de mis adjetivos es "cobarde".
Pensé en el riesgo, la dificultad. El peligro.
[Pero, ya no estoy en las gradas del deportivo de Texcoco,
esperando.
No estoy en el salón la Marakita, ni en el pasillo del Tlahuiz,
esperando]
- Cohibida. Rifada. Ñoña. Pasiva. Leechasmuchasganas. -
Me pregunté por qué era más fácil apropiarme de tus adjetivos que buscar - construir - los míos. Volví a mirarte hacia arriba, a sentir ese flaqueo - y oh no, por favor, no en la vuelta, no cuando estoy más vulnerable -.
Virginia Woolf solía decir que las miradas de los otros son nuestras prisiones, sus pensamientos nuestra jaula.
Me embarga la tristeza de pensar que lo único que construimos juntos fueron barrotes.
Una enorme jaula para pájaros.
(¿O para gatos?)
[Ella no sabe de calle
Pero le parte pa’rriba
Porque en la calle está lo único
Que le devuelve la vida]
Me sacudí el fracaso (¿fracaso?) de la falda; espanté el aturdimiento de mis hombros y rodillas. Aflojé los brazos, relajé la cintura, solté mi cadera.
Me quité los lentes, los zapatos.
Lo que es aún más cierto hoy, es que ya no bailo (ni bailaré) por ti. Elijo escapar de esta jaula.
Ser libre como el viento. Deslizarme entre los barrotes. Para eso enflaqué.
Un pie aquí, el otro allá. Ojos cerrados. A tiempo. A CONTRA tiempo. Improvisa improvisa. Risas. Soltura, aquí, allá. Ir y venir como las olas, mover los hombros, la cadera, la cintura. Mover todo lo que no sabía que podía mover. Bailar
BAILAR.
Mel se ríe, lo escucho. Se levanta y me acompaña. Al principio no nos tocamos: bailamos frente a frente. Adorno-de-tres, Columbia. Ca-CHÁ y ¡vacuna! Después de tres, nos iremos juntos a casa.
(No confío en la gente que no sonríe cuando baila)
Pese a que no puedo verlo bien, adivino su fuerza, su presencia confrontadora y a la vez...
Déjate querer, pa' que tú veas que se goza.
Papi I y ¡wow! No sabía que podía hacer eso. No tenía idea de cuántas cosas caben en los compases de una canción, de todo lo que puede hacer mi cuerpo con los demás instrumentos, de cómo se puede jugar con la voz.
(O si la tenía, pero elegía no hacerlo...)
[De pronto es Eric, retándome a bachatear;
es Oscar, sonriéndome TODO el tiempo, enseñándome a brincar en la cumbia;
es Sofi, ayudándome con las vueltas, con la soltura;
es Carlos, mostrándome qué significa la conexión,
es Montse, invitándome a guiar y ser guiada;
es Arturo, ayudándome a practicar;
Es Quique, que dijo "ya estás bailando" y me enseñó aéreos;
es Sebastián, que con un solo brazo nos hace pasarla bien,
Es Lía, es Majo, es Marian, Lorena, inspirándome;
Es Roberto, es Azael, y jugamos;
Es Alex diciendo "uno nunca tendría que pedir perdón al bailar"
y me deja pisarlo.]
[ Eres tú.
ERAS tú.
Diciendo "esta vuelta se llama el beso", y al final de la vuelta...
Eras tú, en el tercer escalón, en lo alto de la escalera.
Cuánto te quise...]
Chai y yo hablábamos de que bailar también a veces es un diálogo.
Qué bonito ha sido entablar estas conversaciones.
(Gracias, finalmente).
Por fin, nuestras manos se buscan. Me atrevo, ¡no! me decido a guiarlo. Es una canción de swing y nos reímos (siempre nos reímos). Aunque no vea, mi mano siempre encuentra la suya: nos adivinamos en el movimiento y la risa. La conexión es este intercambio sin palabras, sin miradas.
Con todo, menos miedo.
Aquí, ahora, en esta música, en este lugar, en esta vida...
Elijo aprender, antes que fracasar.
Aprendí mucho de ti.
Así que, ahí van mis pies. Y los dejaré ir. Dejaré ir mis brazos, la cintura, mi cuello, las piernas, la mirada, la sonrisa.
No olvidaré porque fue que esperé tanto.
Mel me pisa. Nos reímos.
Siempre nos reímos.
Variables Complejas
Cantamos o nos callamos,
Lánzame los platos baby,
Los años pasan,
Srita. Entropía,
Variable compleja
jueves, 21 de septiembre de 2017
El movimiento.
En cierta ocasión, un periodista preguntó a Jean Cocteau:¿Qué voy a recuperar de los escombros?
“¿Señor Cocteau, si alguna vez se quemara el Museo del Louvre, usted qué salvaría?”, a lo que éste respondió sin dudar:
“El fuego”.
De por debajo
de este movimiento
torio.
pi
Tre da
Me llevaría
el temblor de mis manos,
las grietas de mi corazón,
las paredes desplomadas de mi cabeza
ante tu abrazo.
Variables Complejas
Escrito en la esquina de mis apuntesde cálculo,
Qué cursi es uno a veces,
Srita. Entropía
domingo, 17 de septiembre de 2017
El Mu
Mu.
Adjetivo.
1. Onomatopeya habitual para referirse al mugido de la vaca.
2. Sobrecogimiento (ENCOGIMIENTO) que experimenta Majo al intentar algo de lo que no está segura.
[3. Sacudetelo no sirve para nada si acaso para la conservación de la vida en situaciones de riesgo de muerte]
A menudo, cuando no puedo hablar, lloro. Mi cabeza se vuelve un estropicio, las piernas y el cuerpo me tiemblan. Pero las palabras no abandonan las articulaciones de mis labios. Se arrojan, impotentes, incompletas, del borde de mis ojos.
A veces me encojo. Me hago muy muy pequeña.
A eso le llamo el mu.
Conforme he intentado explicarlo, más me encuentro con aspectos de su definición que me ayudan a intentar resignificarlo. Aunque no es fácil combatir ese empequeñecimiento.
El mu es eso que me paraliza cuando me enfrento al rechazo. En análisis, he descubierto que tengo un problema para afrontar el rechazo de cualquier especie. No es demasiado sorprendente: lo vengo arrastrando desde la primaria. No logré procesarlo tras ese "ya no me siento enamorado", y en casa -donde ... quisiera sentirme menos rechazada - lo hallo en expresiones como "sólo es un baile", en comentarios despectivos por parte de mis padres hacia mis gustos, mis preferencias. Fuera, lo miro de frente cuando alguien dice -en tono reprobatorio- "es que eres muy intensa".
El mu, es el estado en el que no me es posible hablar. Y no sólo de algo importante. El mu es la sensación de los fines de semana por la mañana, cuando nunca hablo de dónde estuve y qué hice. Qué vi con mis amigos, qué sentí, qué experimenté.
El mu lleva enredado ese "ah, qué estúpida" de mi padre en una madrugada, eso que mi madre vuelca sobre mí, sin dejarme espacio para explicar nada. Ese tono tajante y absoluto de mi hermano, que supongo le aprendió a ella, como si lo supieran todo.
Lo terrible es que el mu se traslada a no decir otras cosas, unas que tienen consecuencias más serias. Ahora, a veces creo que la única forma de hablar con mis padres son esas agotadoras -estúpidas- rutinas de interrogación -sin respuestas- donde preguntan "¿por qué no hablas?".
"Te recomiendo hablar de eso en análisis".
Siempre hablo en análisis. Allí, echada en el diván, escuchando los carraspeos de mi psicoanalista, pendiente de sus intervenciones y de mis lapsus es probablmente el único lugar donde hablo. Describo las sesnsaciones, los olores, la experiencia de la música, mis sentimientos y mis debilidades. Descifro mis puntos débiles. Encuentro los puntos fuertes, los puntos de inflexión. Los puntos que se conectan, los que nunca lo hicieron y los que no pensé tendrían relación.
Así, después de hablar en análisis, encuentro que el mu es esa precipitación de emociones cuando me acerco -sola o no- a una pista de baile. Una vocecita en algún sitio susurra ese "no lo estás haciendo bien", y con eso viene el miedo.
Me han dicho que no me definen las personas que no me han amado. Y, probablemente, tampoco las que lo han hecho.
Todavía estoy aprendiendo que la única opinión que importa sobre mí es la mía, y que la responsabilidad de construirla, en actos y actitudes, es únicamente mía.
El mu es, más que un mecanismo de defensa, una expresión de autosaboteo. El mu es cuando permito que las palabras de otros sobre mí, me definan, me aplasten. Pero lo más triste, es que el mu ha sido la apropiación de esos juicios.
No obstante, poco a poco voy desarrollando caminos para combatirlo: bailar rumba fue una de las primeras. Desafiar esos prejuicios por mi cuerpo y mis movimientos, eliminarlos a medida que aprendí a mover la cadera y los brazos, a soltarme. Seguir bailando swing y salsa, y dejarme ir. Cerrar los oídos a esas voces que me nublan la cabeza y hacen que me tropiece con mis propios pies.
Dejar la espectroscopía para dedicarme a la microfluídica y la neurología: algo completamente nuevo y desconocido para mí. Aceptar un reto y todo el proceso que conlleva. Quedarme.
Ignoré el mu todas y cada una de las veces que me atreví a acercarme. Lo situé en otra parte del universo, y de mi misma, el día que me animé a leer un poema en público. Porque hubo una voz, por encima de todas las demás, que bastó para convencer a la mía de decir las cosas que importan.
No digo que tengo la razón sobre todas las cosas. A veces, no se trata de tener razón. Se trata de reconocer quién es el otro, y qué es lo que lo hace. Cuando trato de hacer el ejercicio de hablar, encuentro algo curioso: la gente exige comunicación, que las cosas sean dichas, pero, cuando se las dicen, la primer reacción es la defensa, o el ataque. Realmente no practicamos el dejar al otro hablar. Tampoco escuchamos.
Eso me gusta de ir a análisis. He aprendido mucho sobre escuchar, y hablar. Intento ponerlo en práctica en mis relaciones. Y antes de responder, pienso en mi madre.
A veces creemos que entendemos algo porque hemos recorrido un camino más largo que el otro, aunque en realidad, solamente ha sido un camino distinto. Lo bonito es compartir los aprendizajes de ese camino, las experiencias que no han llevado a ser quienes somos, y cómo somos.
Empecé a entender qué es el mu y combatirlo -curiosamente- porque un día, alguien me dio la oportunidad de hacer exactamente eso: compartir lo que es verdad en mí. No hubo juicios, no hubo reprobación. No hubo indicaciones ni palabras tajantes. Hubo un espacio en el tiempo, una hoja en blanco que llenar como yo quise.
El mu son los prejuicios que tengo sobre mí misma, y que me cuesta, después de tantos años, deshacer.
El mu soy yo, incapaz de defenderme. Opto por asumir, simplemente, que lo que dicen de mí es verdad, y por tanto, debo actuar en consecuencia.
[El mu nunca está una vez que empiezo a bailar swing o salsa y ya no hay quien me pare. El mu nunca está cuando escribo, dejando fluir el océano que hay mi. El mu no está en el espacio entre las olas y la distancia de la orilla a lo más profundo del océano; no está en los ronroneos de mis gatos, en los escombros y los cimientos de mis experimentos; no está en la risa compartida, en el llanto seguro, en las cosas leídas en voz baja y en voz alta; el mu no está en mis actos de solidaridad, en abrazar, en besar; el mu no está cuando encuentro sus ojos y busco su mano, en las cartas escritas; el mu no está en las horas de espera y en los silencios. No está cuando me vulnero, cuando abro mi mente, mis latidos, mis manos, mis ojos. ]
“The eyes of others our prisons;
their thoughts our cages.”
Virginia Woolf
Variables Complejas
Lánzame los platos baby,
Psicoanálisis,
Srita. Entropía,
Sunday Morning,
Variable compleja
lunes, 21 de agosto de 2017
Give me more funk
¿Fue en agosto? Me parecía más noviembre, pero puede que haya sido octubre.
La "conexión" contigo me resultaba confusa: pensé que, como yo, estabas aprendiendo, aunque claramente me llevabas cierta ventaja,
Ruchi dijo que eras guapo y tú te reíste nerviosamente. No me fijé con detenimiento, pero me gustaron los ojos detrás de tus lentes. Me quedé con un retazo de tu voz en alguna parte de mi mente.
Lo que sí, es que esa conexión fue... Intrigante.
Volví a encontrarte dando clases junto a rectoría (¿fue eso en febrero?). Quise lucirme un poco bailando contigo: quedé en ridículo ante mi evidente falta de práctica. Por no mencionar mi natural torpeza. Me gustó tú clase. Seguía intrigada por tu forma de conectar: por esa mirada que nunca retiras y, sobre todo, porque no sonreías al bailar.
Después de eso vino un "¿quieres bailar?" con tu bigote de Charles Chaplin. Estoy segura que eso fue mucho después, en abril. Me sacaste a bailar más de una vez. Me saludaste como si lleváramos más tiempo conociéndonos. Bailamos. Me dejaste tu sombrero, junto con esa traviesa sonrisa que, para ese entonces, ya me tenía deformando tiempo y espacio.
Desde febrero, yo tenía la intención de sacar a bailar a alguien más. En una multitud de gente,con dos de mis previas elecciones "a la mano", te encontré a ti: y no te estaba buscando.
Semana santa (en abril también, creo): mis nervios y mis fantasías truqueando los dobleces del conejo de papel que le asocié a tu sombrero. Nos encontramos una noche que - para variar - no esperaba verte. Bailamos. Esa vez dijiste las palabras mágicas:
"Uno no debería pedir perdón cuando está bailando..."
[Baila conmigo esta noche
así como lo hiciste UNA VEZ]
Compartimos una cerveza y entraste al laberinto de mi cabeza, llevando contigo una madeja. Vinieron las citas después de la clase de swing en rectoría: una chela con la promesa de otra. Te devolví el sombrero. Quise develar los secretos de tu seguridad, de esa sonrisa que no se parecía en nada a la que había visto en (¿habrá sido septiembre?).
Ya no quería un simple recuerdo.
Recuerdo que fueron tres veces. Una exprés, una segunda donde te conté la historia del barquito de papel (y supe que esto no tenía vuelta de hoja), y una tercera donde bailamos. Me acompañaste al metro. No queríamos despedirnos. Ya no sabía de qué se trataba - si se trataba de algo - cada que bailábamos swing, cada que habláblamos, que nos buscábamos. Me llevaste al cine, apenas si me tocaste de forma discreta las piernas.
Eso sí lo recuerdo muy bien: 20 de mayo. Más por que tú lo recordabas mejor que yo.
Ahora ya es agosto.
Ya nos hemos besado, tomado de la mano: encontrado a oscuras en el cine, empapados bajo la lluvia en insurgentes, fríos y adormilados en una tienda de campaña en Tepoztlán. Nos hemos leído mutuamente, hemos jugado ajedrez y nos hemos tirado a contemplar el pasto. Te he visto tocar el bajo mientras juegas con tus pies. Empiezo a explorar los tonos de travesura de tus ojos, a sacarle las líneas espectrales de los niveles de excitación de todos tus átomos cuando bailas, cuando hablas de lo que te gusta, cuando te emocionas, cuando te excitas, pero también cuando estás serio y distante.
Junio y julio se me han ido entre tus lunares, entre tus huesos. En el misterio de por qué no eras lo que estaba buscando y ahora....
Eres todo lo que busco en mí. Y no lo entiendo.
(Emocionados como niños
sonriendo olvidando todo
eras el dueño de la pista
los dos estábamos PERDIDOS)
No creo que tú estuvieras perdido.
Yo sí lo estaba.
Aunque ahora, contigo, creo que nunca lo estuve.
La "conexión" contigo me resultaba confusa: pensé que, como yo, estabas aprendiendo, aunque claramente me llevabas cierta ventaja,
Ruchi dijo que eras guapo y tú te reíste nerviosamente. No me fijé con detenimiento, pero me gustaron los ojos detrás de tus lentes. Me quedé con un retazo de tu voz en alguna parte de mi mente.
Lo que sí, es que esa conexión fue... Intrigante.
Volví a encontrarte dando clases junto a rectoría (¿fue eso en febrero?). Quise lucirme un poco bailando contigo: quedé en ridículo ante mi evidente falta de práctica. Por no mencionar mi natural torpeza. Me gustó tú clase. Seguía intrigada por tu forma de conectar: por esa mirada que nunca retiras y, sobre todo, porque no sonreías al bailar.
Después de eso vino un "¿quieres bailar?" con tu bigote de Charles Chaplin. Estoy segura que eso fue mucho después, en abril. Me sacaste a bailar más de una vez. Me saludaste como si lleváramos más tiempo conociéndonos. Bailamos. Me dejaste tu sombrero, junto con esa traviesa sonrisa que, para ese entonces, ya me tenía deformando tiempo y espacio.
Desde febrero, yo tenía la intención de sacar a bailar a alguien más. En una multitud de gente,con dos de mis previas elecciones "a la mano", te encontré a ti: y no te estaba buscando.
Semana santa (en abril también, creo): mis nervios y mis fantasías truqueando los dobleces del conejo de papel que le asocié a tu sombrero. Nos encontramos una noche que - para variar - no esperaba verte. Bailamos. Esa vez dijiste las palabras mágicas:
"Uno no debería pedir perdón cuando está bailando..."
[Baila conmigo esta noche
así como lo hiciste UNA VEZ]
Compartimos una cerveza y entraste al laberinto de mi cabeza, llevando contigo una madeja. Vinieron las citas después de la clase de swing en rectoría: una chela con la promesa de otra. Te devolví el sombrero. Quise develar los secretos de tu seguridad, de esa sonrisa que no se parecía en nada a la que había visto en (¿habrá sido septiembre?).
Ya no quería un simple recuerdo.
Recuerdo que fueron tres veces. Una exprés, una segunda donde te conté la historia del barquito de papel (y supe que esto no tenía vuelta de hoja), y una tercera donde bailamos. Me acompañaste al metro. No queríamos despedirnos. Ya no sabía de qué se trataba - si se trataba de algo - cada que bailábamos swing, cada que habláblamos, que nos buscábamos. Me llevaste al cine, apenas si me tocaste de forma discreta las piernas.
Eso sí lo recuerdo muy bien: 20 de mayo. Más por que tú lo recordabas mejor que yo.
Ahora ya es agosto.
Ya nos hemos besado, tomado de la mano: encontrado a oscuras en el cine, empapados bajo la lluvia en insurgentes, fríos y adormilados en una tienda de campaña en Tepoztlán. Nos hemos leído mutuamente, hemos jugado ajedrez y nos hemos tirado a contemplar el pasto. Te he visto tocar el bajo mientras juegas con tus pies. Empiezo a explorar los tonos de travesura de tus ojos, a sacarle las líneas espectrales de los niveles de excitación de todos tus átomos cuando bailas, cuando hablas de lo que te gusta, cuando te emocionas, cuando te excitas, pero también cuando estás serio y distante.
Junio y julio se me han ido entre tus lunares, entre tus huesos. En el misterio de por qué no eras lo que estaba buscando y ahora....
Eres todo lo que busco en mí. Y no lo entiendo.
(Emocionados como niños
sonriendo olvidando todo
eras el dueño de la pista
los dos estábamos PERDIDOS)
No creo que tú estuvieras perdido.
Yo sí lo estaba.
Aunque ahora, contigo, creo que nunca lo estuve.
Variables Complejas
Qué cursi es uno a veces,
Srita. Entropía,
Variable aleatoria
jueves, 16 de febrero de 2017
16 de febrero (2:16)
Son las 14:16 del 16 de febrero del 2017. María José acaba de tararear una canción del Chetes ("16 de febrero del 2006, hace un mes, hace un año..."). Estamos en un café en la calle de Durango (La Otilia, una panadería gluten-free).
María José estudia noruego y yo intento armar mi presentación para la defensa de mi examen de la licenciatura en física. Hace rato fumamos un cigarro, nos tomamos unos jugos. Ella comió chilaquiles y yo me estoy tomando un frappé amargo.
María José se irá en abril a Noruega. En tres días sus prospectos no le han hecho mucho caso. Sigue con la ilusión de volver a ver al Irlandés. Estudia Noruego, hace pasteles. Intenta terminar su tesis.
Yo tengo el corazón roto. Estoy yendo al psicoanalista para arreglar el desorden que llevo en mí. A veces encuentro la valentía para enfrentar esta situación, a veces no. Estoy intentando hacer lo que hace falta para entrar al doctorado en ciencias biomédicas. Hoy, más tarde, veré a mis compañeros de la coreografía para practicar lo que hemos aprendido en la clase de rumba.
María José hace cara de angustia e insiste en que no entiende. Mi estómago ruge porque ya tengo hambre.
Nos preguntamos en dónde estaremos en un año.
(En diez, en treinta).
Esperamos que la respuesta no sea peor.
María José estudia noruego y yo intento armar mi presentación para la defensa de mi examen de la licenciatura en física. Hace rato fumamos un cigarro, nos tomamos unos jugos. Ella comió chilaquiles y yo me estoy tomando un frappé amargo.
María José se irá en abril a Noruega. En tres días sus prospectos no le han hecho mucho caso. Sigue con la ilusión de volver a ver al Irlandés. Estudia Noruego, hace pasteles. Intenta terminar su tesis.
Yo tengo el corazón roto. Estoy yendo al psicoanalista para arreglar el desorden que llevo en mí. A veces encuentro la valentía para enfrentar esta situación, a veces no. Estoy intentando hacer lo que hace falta para entrar al doctorado en ciencias biomédicas. Hoy, más tarde, veré a mis compañeros de la coreografía para practicar lo que hemos aprendido en la clase de rumba.
María José hace cara de angustia e insiste en que no entiende. Mi estómago ruge porque ya tengo hambre.
Nos preguntamos en dónde estaremos en un año.
(En diez, en treinta).
Esperamos que la respuesta no sea peor.
Variables Complejas
Escrito en la esquina de mis apuntesde cálculo
domingo, 12 de febrero de 2017
Dance, dance (otherwise, you'll be lost)
Conocí a una chica que le gustaba bailar. Aprendió un poquito de salsa en línea, un tantito de salsa cubana. Movía las caderas y balanceaba los pies como veía que otros lo hacían.
Disfrutaba mucho bailar con sus amigos. No le importaba que no supiera hacerlo demasiado bien.
Pero un día lo conoció. Cayó en su hechizo desde aquel día en que le dio una vuelta mientras le decía "esta vuelta se llama el beso", para después dejar uno sobre su mejilla.
"No sé por qué" le dijo.
Vi a esa misma chica disfrutar de bailar con él, esforzarse por hacerlo tan rápido como él; por generar una conexión para entender lo que le pedía, pese a que no supiera bailar salsa cubana. La vi reír y emocionarse, imitarlo.
Los vi apasionándose por el swing, cuando empezaron a ir a clases juntos. Era algo nuevo para ambos: procuraban ir a todos los sociales y practicar, imitando a los demás, a los pro. Los vi soñando con un día poder hacer esos giros espectaculares y los juegos de pies. Sobre todo, los vi riendo.
Los encontré disfrutando en un bar del centro, El otro río, y el día que este estuvo demasiado lleno, puliendo la pista en La nueva Colomba.
Pero un día, algo sucedió. Él dijo "yo bailo para divertirme, no para corregir a nadie".
Después de eso, vi a esta muchacha ir a clases de baile. Vencer toda su timidez y su inseguridad en los calentamientos, intentando seguir el paso, descubriendo el movimiento de sus caderas y de sus hombros. La vi entusiasmarse en su clase, avanzar, esforzarse. La vi feliz.
Luego, un día, supe que se había animado a participar en una coreografía. Quería practicar más pero, sobre todo, quería demostrarle a él lo mucho que tenía ganas de aprender a bailar salsa cubana para que él se divirtiera bailando con ella.
Algunos días, la vi bailando Charleston con los ojos cerrados, reencontrando la alegría en un triple-step. Él ya no iba a bailar swing con ella.
Una noche volví a verlos bailar. Algo había sucedido: ya no había la conexión. Sólo había gestos de incomodidad, de angustia, de disgusto. Los encontré en un concierto sin mirarse a los ojos: él perdía la mirada donde fuera y ella, cuando se cansaba de buscarle los ojos, miraba sus pies.
Otras veces, los veía en fiestas. Ella sentada, mirándolo bailar con otras muchachas. Con una sonrisa en la cara, pero con el corazón evenenado de tristeza, porque sabía que él nunca iba a sentir eso que sentía con L., con L. y sabrá el cosmos quién más. La vi por allá en Texcoco, aguantándose las ganas de rendirse. La vi esperándolo, practicando su mambo y otros juegos de pies. La vi intentando imitar la sensualidad de otras mujeres, tratando de soltarse cuando bailaba con él.
La vi hacerse muy muy pequeña cuando él perdía la paciencia. Lo vi diciéndole que "era cohibida", porque de pronto dejó de poner atención. Estaba pensando en otras bailarinas, en lugar de ayudarle a descubrir qué clase de bailarina era ella. Estaba pensando en todo a lo que estaba acostumbrado, en lugar de tratar de recordar cómo se divertían bailando antes.
Afortunadamente, otros días la encontré riéndose de sí misma frente al espejo al repasar el rock step. Y un día, uno muy memorable, escuché que alguien le decía "ya estás bailando", después de haber aprendido el tandem.
La última vez que los vi con algo semejante a una "conexión" estaban en la terraza del Tlahuizcalpan. Él mostró la amabilidad y la paciencia de antes: ella, se sintió segura, y hasta se animó a improvisar. Bailaron "Carita de pasaporte". Se rieron, lo disfrutaron.
Nunca más volví a verlos en El otro río, o en la nueva Colomba. Nunca más vi que fueran a bailar solos a otros lugar. El Kiosco de Coyoacán ya no se llenaba de sus pasos de baile.
Hoy, sé que ella ya no quiere volver a bailar con nadie Carita de pasaporte. Me imagino que él ha recuperado gran parte de su soltura y del disfrute que buscaba: espero que baile con chicas con las que se divierta, a las que no tenga que corregir. Esperamos que él haya reencontrado la pasión que perdió, simplemente porque no supo dejarse llevar. Porque no volvió a darles la oportunidad de - aunque fuera, tan solo - divertirse.
A ella la encontré aprendiendo a bailar rumba: a bailar sola. La veo sonreír, pero esta vez, es diferente. Esta vez veo algo diferente en sus pies. Lo veo en sus gestos al bailar swing: ella no está perdida. Está buscándose. Está creando los mapas de si misma con la música.
La encontré una noche en la calle, soltando los brazos, moviendo la cadera, jugando con sus pies, riéndose. La he visto recuperar el deseo de crecer: crecer bailando. Aprender bailando.
La miro en el espejo. Triple step, triple step.
Ahora que se va, lo hará con mambo.
Disfrutaba mucho bailar con sus amigos. No le importaba que no supiera hacerlo demasiado bien.
Pero un día lo conoció. Cayó en su hechizo desde aquel día en que le dio una vuelta mientras le decía "esta vuelta se llama el beso", para después dejar uno sobre su mejilla.
"No sé por qué" le dijo.
Vi a esa misma chica disfrutar de bailar con él, esforzarse por hacerlo tan rápido como él; por generar una conexión para entender lo que le pedía, pese a que no supiera bailar salsa cubana. La vi reír y emocionarse, imitarlo.
Los vi apasionándose por el swing, cuando empezaron a ir a clases juntos. Era algo nuevo para ambos: procuraban ir a todos los sociales y practicar, imitando a los demás, a los pro. Los vi soñando con un día poder hacer esos giros espectaculares y los juegos de pies. Sobre todo, los vi riendo.
Los encontré disfrutando en un bar del centro, El otro río, y el día que este estuvo demasiado lleno, puliendo la pista en La nueva Colomba.
Pero un día, algo sucedió. Él dijo "yo bailo para divertirme, no para corregir a nadie".
Después de eso, vi a esta muchacha ir a clases de baile. Vencer toda su timidez y su inseguridad en los calentamientos, intentando seguir el paso, descubriendo el movimiento de sus caderas y de sus hombros. La vi entusiasmarse en su clase, avanzar, esforzarse. La vi feliz.
Luego, un día, supe que se había animado a participar en una coreografía. Quería practicar más pero, sobre todo, quería demostrarle a él lo mucho que tenía ganas de aprender a bailar salsa cubana para que él se divirtiera bailando con ella.
Algunos días, la vi bailando Charleston con los ojos cerrados, reencontrando la alegría en un triple-step. Él ya no iba a bailar swing con ella.
Una noche volví a verlos bailar. Algo había sucedido: ya no había la conexión. Sólo había gestos de incomodidad, de angustia, de disgusto. Los encontré en un concierto sin mirarse a los ojos: él perdía la mirada donde fuera y ella, cuando se cansaba de buscarle los ojos, miraba sus pies.
Otras veces, los veía en fiestas. Ella sentada, mirándolo bailar con otras muchachas. Con una sonrisa en la cara, pero con el corazón evenenado de tristeza, porque sabía que él nunca iba a sentir eso que sentía con L., con L. y sabrá el cosmos quién más. La vi por allá en Texcoco, aguantándose las ganas de rendirse. La vi esperándolo, practicando su mambo y otros juegos de pies. La vi intentando imitar la sensualidad de otras mujeres, tratando de soltarse cuando bailaba con él.
La vi hacerse muy muy pequeña cuando él perdía la paciencia. Lo vi diciéndole que "era cohibida", porque de pronto dejó de poner atención. Estaba pensando en otras bailarinas, en lugar de ayudarle a descubrir qué clase de bailarina era ella. Estaba pensando en todo a lo que estaba acostumbrado, en lugar de tratar de recordar cómo se divertían bailando antes.
Afortunadamente, otros días la encontré riéndose de sí misma frente al espejo al repasar el rock step. Y un día, uno muy memorable, escuché que alguien le decía "ya estás bailando", después de haber aprendido el tandem.
La última vez que los vi con algo semejante a una "conexión" estaban en la terraza del Tlahuizcalpan. Él mostró la amabilidad y la paciencia de antes: ella, se sintió segura, y hasta se animó a improvisar. Bailaron "Carita de pasaporte". Se rieron, lo disfrutaron.
Nunca más volví a verlos en El otro río, o en la nueva Colomba. Nunca más vi que fueran a bailar solos a otros lugar. El Kiosco de Coyoacán ya no se llenaba de sus pasos de baile.
Hoy, sé que ella ya no quiere volver a bailar con nadie Carita de pasaporte. Me imagino que él ha recuperado gran parte de su soltura y del disfrute que buscaba: espero que baile con chicas con las que se divierta, a las que no tenga que corregir. Esperamos que él haya reencontrado la pasión que perdió, simplemente porque no supo dejarse llevar. Porque no volvió a darles la oportunidad de - aunque fuera, tan solo - divertirse.
A ella la encontré aprendiendo a bailar rumba: a bailar sola. La veo sonreír, pero esta vez, es diferente. Esta vez veo algo diferente en sus pies. Lo veo en sus gestos al bailar swing: ella no está perdida. Está buscándose. Está creando los mapas de si misma con la música.
La encontré una noche en la calle, soltando los brazos, moviendo la cadera, jugando con sus pies, riéndose. La he visto recuperar el deseo de crecer: crecer bailando. Aprender bailando.
La miro en el espejo. Triple step, triple step.
Ahora que se va, lo hará con mambo.
sábado, 14 de enero de 2017
¿Es un gran cepillo de dientes... o sólo un cepillo de dientes?
Ante cualquier clase de rompimiento hay una serie de ceremonias que uno debe llevar a cabo para poder sanar. Estas ceremonias tienen como objeto llenar huecos de la ausencia, aminorar el dolor y fomentar un proceso de despedida, un duelo que uno tiene que elaborar.
Pero allí estaba ese estúpido cepillo de dientes: haciéndole la vida difícil, guardado en su bolsa de maquillaje, resguardado en el baño.
Tenía muy claro cómo juntar sus calcetines, los lentes de sol, el chaleco que le había prestado e incluso un porta-vasos que le había traído de Irlanda. Todo estaba ya en un mismo lugar, listo para ser devuelto a su dueño.
Aún no tiro tu cepillo de dientes.
Nudo en la garganta, nudos en el estómagos. Nudos en la cabeza.
Yo tampoco.
Hay algo muy curioso en esos objetos que dejamos ocupen un lugar en nuestra vida. Un cepillo de dientes representa todas las noches en que se quedó contigo, en que te quedaste con él. También era parte de una ceremonia: porque te lavabas los dientes antes de darle el beso de los buenos días. Era azul, uno de tus colores favoritos, y pensaste en recuperarlo - pedírselo de vuelta - porque era un buen cepillo, y podías aprovecharlo para otro lugar.
Vas a buscar su cepillo de dientes - que es verde - al baño, y de pronto caen sobre ti todos los recuerdos, toda la nostalgia, ambos inmisericordes. Despiadados, no dejan de darte punzadas y retortijones en el estómago y el corazón.
Una mañana te levantaste a buscarlo en el sillón donde solía dormir cuando se quedaba aquí: pero él no estaba. Te acostaste a llorar su ausencia, la falta de sus brazos, en los que llegaste a refugiarte los últimos días, cuando empezó a quedarse un poco más. Hasta que fueras a acostarte un ratito con él.
Es muy difícil hacerse a la idea de que no volverás a dormir con alguien. Puede que para ti sea lo más complicado de aceptar.
Aquí está el cepillo de dientes. Lo miras. Podrías tirarlo a la basura - lo cual parece muy violento -, utilizarlo para limpiar otras cosas. Pero no parece muy justo. Sacarlo de su contexto no parece lo más correcto ni lo más lógico.
Es como si ese cepillo de dientes tuviera un pedacito de él: uno mucho más grande y significativo que los lentes de sol, el chaleco o los calcetines. Todo eso era prestado.
El cepillo representa una esperanza, un lugar, una espera. Una posibilidad.
El cepillo de dientes es casi una parte de él: a la que le abriste las puertas de tu casa, de tu cuarto, para dejarlo escabullirse entre tus sábanas, entre tus piernas, y - a la larga - en tu mente y tu corazón. Le diste un cepillo de dientes como parte de las comodidades que cualquier persona civilizada debería tener en su casa.
Pero esta ya no es su casa. Él no quiso que lo fuera. Ya no volverá a dormir en el sillón, a sentarse a tomar café o una cerveza, a practicar pasos de swing sobre la duela, o a ayudar con algo que haya que hacer en la comida.
Le abriste las puertas de tu casa y se la ofreciste como parte de todo lo que tenías. Recuerdas su fiesta de cumpleaños, los pasos de baile sobre la duela, hacer el amor sobre el sillón (el estúpido sillón), silenciosamente. Recuerdas la única vez que durmió en tu cama, con las cortinas corridas y la luz cayendo sobre ambos, hasta que llegó la mañana y tú no querías salir nunca de allí.
Lo mismo pasaba cuando estabas en la suya.
Excepto para lavarte los dientes, y poder besarlo.
Regresarle el cepillo es sólo una ceremonia más. Te preguntas qué puede decir eso: ¿ya no eres bienvenido en mi casa? ¿ya no habrá una segunda oportunidad? ¿déjame en paz y llévate todo de ti?
Cortar de tajo no es agradable, pero es necesario y lo sabes.
¿Para qué quieres su cepillo de dientes? ¿qué va a hacer ahí en tu baño?
Él no volverá a usarlo allí.
Inevitablemente te preguntas ¿qué hará él con tu cepillo de dientes?
¿A caso importa?
Él te echó de su casa. Un día decidió que ya no quería compartir su cama, su chambrita, su mesa, su jardín, su familia.
¿Qué hace un cepillo de dientes para ti en su casa todavía?
Para cuando te das cuenta, todas las preguntas han pasado por tu cabeza, sin respuesta alguna, pero el cepillo de dientes ya está en el mismo bolsillo del chaleco que sus calcetines.
No lo haces para herirlo, o por una mala razón. Es cuestión de practicidad: no tiene ninguna utilidad aquí, en tu baño. Podría aprovecharlo para otro lugar.
Otra casa.
Para besar a alguien más con los dientes limpios.
La ceremonia del adiós está llena de actos simbólicos. Algunos no requieren de explicaciones, y otros son demasiados personales como para que el otro los entienda. Dejando de lado la lógica y la consideración - que, maldita sea, aún le tienes -, sabes que entregarle su cepillo de dientes quiere decir algo.
(¿Adiós? y cuida esa sonrisa).
Pero allí estaba ese estúpido cepillo de dientes: haciéndole la vida difícil, guardado en su bolsa de maquillaje, resguardado en el baño.
Tenía muy claro cómo juntar sus calcetines, los lentes de sol, el chaleco que le había prestado e incluso un porta-vasos que le había traído de Irlanda. Todo estaba ya en un mismo lugar, listo para ser devuelto a su dueño.
Aún no tiro tu cepillo de dientes.
Nudo en la garganta, nudos en el estómagos. Nudos en la cabeza.
Yo tampoco.
Hay algo muy curioso en esos objetos que dejamos ocupen un lugar en nuestra vida. Un cepillo de dientes representa todas las noches en que se quedó contigo, en que te quedaste con él. También era parte de una ceremonia: porque te lavabas los dientes antes de darle el beso de los buenos días. Era azul, uno de tus colores favoritos, y pensaste en recuperarlo - pedírselo de vuelta - porque era un buen cepillo, y podías aprovecharlo para otro lugar.
Vas a buscar su cepillo de dientes - que es verde - al baño, y de pronto caen sobre ti todos los recuerdos, toda la nostalgia, ambos inmisericordes. Despiadados, no dejan de darte punzadas y retortijones en el estómago y el corazón.
Una mañana te levantaste a buscarlo en el sillón donde solía dormir cuando se quedaba aquí: pero él no estaba. Te acostaste a llorar su ausencia, la falta de sus brazos, en los que llegaste a refugiarte los últimos días, cuando empezó a quedarse un poco más. Hasta que fueras a acostarte un ratito con él.
Es muy difícil hacerse a la idea de que no volverás a dormir con alguien. Puede que para ti sea lo más complicado de aceptar.
Aquí está el cepillo de dientes. Lo miras. Podrías tirarlo a la basura - lo cual parece muy violento -, utilizarlo para limpiar otras cosas. Pero no parece muy justo. Sacarlo de su contexto no parece lo más correcto ni lo más lógico.
Es como si ese cepillo de dientes tuviera un pedacito de él: uno mucho más grande y significativo que los lentes de sol, el chaleco o los calcetines. Todo eso era prestado.
El cepillo representa una esperanza, un lugar, una espera. Una posibilidad.
El cepillo de dientes es casi una parte de él: a la que le abriste las puertas de tu casa, de tu cuarto, para dejarlo escabullirse entre tus sábanas, entre tus piernas, y - a la larga - en tu mente y tu corazón. Le diste un cepillo de dientes como parte de las comodidades que cualquier persona civilizada debería tener en su casa.
Pero esta ya no es su casa. Él no quiso que lo fuera. Ya no volverá a dormir en el sillón, a sentarse a tomar café o una cerveza, a practicar pasos de swing sobre la duela, o a ayudar con algo que haya que hacer en la comida.
Le abriste las puertas de tu casa y se la ofreciste como parte de todo lo que tenías. Recuerdas su fiesta de cumpleaños, los pasos de baile sobre la duela, hacer el amor sobre el sillón (el estúpido sillón), silenciosamente. Recuerdas la única vez que durmió en tu cama, con las cortinas corridas y la luz cayendo sobre ambos, hasta que llegó la mañana y tú no querías salir nunca de allí.
Lo mismo pasaba cuando estabas en la suya.
Excepto para lavarte los dientes, y poder besarlo.
Regresarle el cepillo es sólo una ceremonia más. Te preguntas qué puede decir eso: ¿ya no eres bienvenido en mi casa? ¿ya no habrá una segunda oportunidad? ¿déjame en paz y llévate todo de ti?
Cortar de tajo no es agradable, pero es necesario y lo sabes.
¿Para qué quieres su cepillo de dientes? ¿qué va a hacer ahí en tu baño?
Él no volverá a usarlo allí.
Inevitablemente te preguntas ¿qué hará él con tu cepillo de dientes?
¿A caso importa?
Él te echó de su casa. Un día decidió que ya no quería compartir su cama, su chambrita, su mesa, su jardín, su familia.
¿Qué hace un cepillo de dientes para ti en su casa todavía?
Para cuando te das cuenta, todas las preguntas han pasado por tu cabeza, sin respuesta alguna, pero el cepillo de dientes ya está en el mismo bolsillo del chaleco que sus calcetines.
No lo haces para herirlo, o por una mala razón. Es cuestión de practicidad: no tiene ninguna utilidad aquí, en tu baño. Podría aprovecharlo para otro lugar.
Otra casa.
Para besar a alguien más con los dientes limpios.
La ceremonia del adiós está llena de actos simbólicos. Algunos no requieren de explicaciones, y otros son demasiados personales como para que el otro los entienda. Dejando de lado la lógica y la consideración - que, maldita sea, aún le tienes -, sabes que entregarle su cepillo de dientes quiere decir algo.
(¿Adiós? y cuida esa sonrisa).
Variables Complejas
Cantamos o nos callamos,
Lánzame los platos baby,
Nuestros cuentos,
Srita. Entropía,
Sunday Morning
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