Mu.
Adjetivo.
1. Onomatopeya habitual para referirse al mugido de la vaca.
2. Sobrecogimiento (ENCOGIMIENTO) que experimenta Majo al intentar algo de lo que no está segura.
[3. Sacudetelo no sirve para nada si acaso para la conservación de la vida en situaciones de riesgo de muerte]
A menudo, cuando no puedo hablar, lloro. Mi cabeza se vuelve un estropicio, las piernas y el cuerpo me tiemblan. Pero las palabras no abandonan las articulaciones de mis labios. Se arrojan, impotentes, incompletas, del borde de mis ojos.
A veces me encojo. Me hago muy muy pequeña.
A eso le llamo el mu.
Conforme he intentado explicarlo, más me encuentro con aspectos de su definición que me ayudan a intentar resignificarlo. Aunque no es fácil combatir ese empequeñecimiento.
El mu es eso que me paraliza cuando me enfrento al rechazo. En análisis, he descubierto que tengo un problema para afrontar el rechazo de cualquier especie. No es demasiado sorprendente: lo vengo arrastrando desde la primaria. No logré procesarlo tras ese "ya no me siento enamorado", y en casa -donde ... quisiera sentirme menos rechazada - lo hallo en expresiones como "sólo es un baile", en comentarios despectivos por parte de mis padres hacia mis gustos, mis preferencias. Fuera, lo miro de frente cuando alguien dice -en tono reprobatorio- "es que eres muy intensa".
El mu, es el estado en el que no me es posible hablar. Y no sólo de algo importante. El mu es la sensación de los fines de semana por la mañana, cuando nunca hablo de dónde estuve y qué hice. Qué vi con mis amigos, qué sentí, qué experimenté.
El mu lleva enredado ese "ah, qué estúpida" de mi padre en una madrugada, eso que mi madre vuelca sobre mí, sin dejarme espacio para explicar nada. Ese tono tajante y absoluto de mi hermano, que supongo le aprendió a ella, como si lo supieran todo.
Lo terrible es que el mu se traslada a no decir otras cosas, unas que tienen consecuencias más serias. Ahora, a veces creo que la única forma de hablar con mis padres son esas agotadoras -estúpidas- rutinas de interrogación -sin respuestas- donde preguntan "¿por qué no hablas?".
"Te recomiendo hablar de eso en análisis".
Siempre hablo en análisis. Allí, echada en el diván, escuchando los carraspeos de mi psicoanalista, pendiente de sus intervenciones y de mis lapsus es probablmente el único lugar donde hablo. Describo las sesnsaciones, los olores, la experiencia de la música, mis sentimientos y mis debilidades. Descifro mis puntos débiles. Encuentro los puntos fuertes, los puntos de inflexión. Los puntos que se conectan, los que nunca lo hicieron y los que no pensé tendrían relación.
Así, después de hablar en análisis, encuentro que el mu es esa precipitación de emociones cuando me acerco -sola o no- a una pista de baile. Una vocecita en algún sitio susurra ese "no lo estás haciendo bien", y con eso viene el miedo.
Me han dicho que no me definen las personas que no me han amado. Y, probablemente, tampoco las que lo han hecho.
Todavía estoy aprendiendo que la única opinión que importa sobre mí es la mía, y que la responsabilidad de construirla, en actos y actitudes, es únicamente mía.
El mu es, más que un mecanismo de defensa, una expresión de autosaboteo. El mu es cuando permito que las palabras de otros sobre mí, me definan, me aplasten. Pero lo más triste, es que el mu ha sido la apropiación de esos juicios.
No obstante, poco a poco voy desarrollando caminos para combatirlo: bailar rumba fue una de las primeras. Desafiar esos prejuicios por mi cuerpo y mis movimientos, eliminarlos a medida que aprendí a mover la cadera y los brazos, a soltarme. Seguir bailando swing y salsa, y dejarme ir. Cerrar los oídos a esas voces que me nublan la cabeza y hacen que me tropiece con mis propios pies.
Dejar la espectroscopía para dedicarme a la microfluídica y la neurología: algo completamente nuevo y desconocido para mí. Aceptar un reto y todo el proceso que conlleva. Quedarme.
Ignoré el mu todas y cada una de las veces que me atreví a acercarme. Lo situé en otra parte del universo, y de mi misma, el día que me animé a leer un poema en público. Porque hubo una voz, por encima de todas las demás, que bastó para convencer a la mía de decir las cosas que importan.
No digo que tengo la razón sobre todas las cosas. A veces, no se trata de tener razón. Se trata de reconocer quién es el otro, y qué es lo que lo hace. Cuando trato de hacer el ejercicio de hablar, encuentro algo curioso: la gente exige comunicación, que las cosas sean dichas, pero, cuando se las dicen, la primer reacción es la defensa, o el ataque. Realmente no practicamos el dejar al otro hablar. Tampoco escuchamos.
Eso me gusta de ir a análisis. He aprendido mucho sobre escuchar, y hablar. Intento ponerlo en práctica en mis relaciones. Y antes de responder, pienso en mi madre.
A veces creemos que entendemos algo porque hemos recorrido un camino más largo que el otro, aunque en realidad, solamente ha sido un camino distinto. Lo bonito es compartir los aprendizajes de ese camino, las experiencias que no han llevado a ser quienes somos, y cómo somos.
Empecé a entender qué es el mu y combatirlo -curiosamente- porque un día, alguien me dio la oportunidad de hacer exactamente eso: compartir lo que es verdad en mí. No hubo juicios, no hubo reprobación. No hubo indicaciones ni palabras tajantes. Hubo un espacio en el tiempo, una hoja en blanco que llenar como yo quise.
El mu son los prejuicios que tengo sobre mí misma, y que me cuesta, después de tantos años, deshacer.
El mu soy yo, incapaz de defenderme. Opto por asumir, simplemente, que lo que dicen de mí es verdad, y por tanto, debo actuar en consecuencia.
[El mu nunca está una vez que empiezo a bailar swing o salsa y ya no hay quien me pare. El mu nunca está cuando escribo, dejando fluir el océano que hay mi. El mu no está en el espacio entre las olas y la distancia de la orilla a lo más profundo del océano; no está en los ronroneos de mis gatos, en los escombros y los cimientos de mis experimentos; no está en la risa compartida, en el llanto seguro, en las cosas leídas en voz baja y en voz alta; el mu no está en mis actos de solidaridad, en abrazar, en besar; el mu no está cuando encuentro sus ojos y busco su mano, en las cartas escritas; el mu no está en las horas de espera y en los silencios. No está cuando me vulnero, cuando abro mi mente, mis latidos, mis manos, mis ojos. ]
“The eyes of others our prisons;
their thoughts our cages.”
Virginia Woolf
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