viernes, 23 de enero de 2015

M.



Gracias por lo último. Me despegué del suelo unos segundos.

Ella trae un vestido de pajaritos, las piernas y el corazón al descubierto, sus botas rojas y un collar roto. En el trayecto, es probable que sus dedos hayan encontrado las cicatrices de sus rodillas.
Ella detiene el mundo unos segundos. Lo mira a los ojos, le aparta el cabello de la cara. Dejan de escuchar el tráfico de las calles, el zumbido de los mosquitos que los obligaron a levantarse del pasto más temprano, por la tarde. El sonido del mundo y las frecuencias de la vida se van apagando, desvaneciéndose, mientras todo lo que hay es la fricción entre sus dedos. El electromagnetismo es la fuerza más elemental del universo.
Llevan años mirándose en silencio, adivinándose, contándose historias sobre sus ojos y sus manos, sobre sus anhelos y esperanzas. Sobre sus miedos, sus manías, sus obsesiones.
M. no tiene mucho que ofrecer, pero lo daría todo. Lo perdería todo, como siempre, como nunca.
Tantos años después, y parece que el tiempo realmente no ha pasado, se encuentran. Van a volar como pájaros, aunque nunca antes lo había pensado. Ya se les secaron las lágrimas, se les profundizaron heridas. Ella es agua, una tormenta. Ecos y oleaje, espuma y acantilados. Él es un incendio, cenizas y plasmas, ablación. La ecuación de difusión de su calor lo llena todo.

Ya tienen tardes robadas al futuro, planean instantes y mapas de la carretera, de los itinerarios, de sus fantasmas y sus risas. Develan los días por venir, asumiendo que los escudriñarán juntos.

(Nos queda hacer con la vida lo que queramos de ella. Sonido, ondas electromagnéticas, luz. Pulsada, continua, envolvente, evanescente.)

miércoles, 21 de enero de 2015

Atajo

De pronto, me dieron ganas de correr. Salir corriendo. Dejarlo todo. Abandonar.
Huir.
Sentada en la orilla de una silla, sentí que no pertenecía a ese lugar. Sentí que no pertenecía a ninguna parte.

(Quizás, solamente, a un hueco entre el oleaje, que perdí hace un año).

Miré a la incertidumbre a los ojos. Me hizo una pregunta muy sencilla: la más difícil de contestar.
Empecé el año con rasgaduras mal cosidas. Mi corazón continúa roto, aunque ya no lo sienta con la misma intensidad.
Empecé el año sumergida en la negación. Ahogándome en un vaso de agua.
El miedo terminó de agrietarme la esperanza. Todo se vuelve oscuro.

Pero, ahora, he encontrado a alguien que va a cuidar de la luz que hay en mí.
Confío ciegamente en él. Por que me dio algo de qué sujetarme, algo con qué sostenerme.
Algo mío.

Este será mi último año de la carrera. Nunca he tenido tanto miedo, pero tampoco tantas ganas, tantas ilusiones, tanta entrega.
Este será el año que voy a entregarme. A mi misma, a mis pasiones, a mis miedos, a mis emociones, a mi valentía.
A mis ganas de vivir, de llorar, de fracasar, de intentar, de lograr, de morir, de amar, de perder, de detener, de encontrar, de detonar, de romper, de reparar.
Escucho los ecos de las tormentas en mí. Nadie alcanza a ver los relámpagos, y quizás tampoco a escuchar las olas. Sospecho que todavía no estoy lista para dejar que alguien se asome desde el acantilado de mi alma, por mucho que quiera convencerme de que sí.

Hay tantos mapas en mí, pero me siento perdida.

Y sin embargo, aquí hay un atajo que no imaginé. Uno que dibujaron para mí. Tal vez sólo deba decidirme a recorrerlo.
Es momento de ser tan valiente como siempre he dicho que soy.