martes, 18 de diciembre de 2012
La mujer de las garzas
La mujer de las garzas - aunque no eran propiamente garzas - le robaba intermedios a sus días, ya fuera durante sus clases o antes de ir a dormir, para dejar sus manos llenas de tinta y acuarela y las puntas de sus dedos tatuados con los dobleces que de pronto hacía ya mecánica e inconscientemente. Dicho apodo se lo otorgó un compañero de su clase de astrofísica, al advertir que, en vez de prestar atención a las peculiaridades de una estrella, ella se dedicaba a hacer grullas con las hojas de sus exámenes o las de viejos apuntes.
Acumulaba las grullas en una caja, aunque muchas veces podían encontrarse también en el fondo de su bolsa o escondidas entre las páginas de su carpeta, dentro de su estuche o asomándose sobre los muebles. Algunas desafortunadas caían en las garras de sus gatos y terminaban ahogándose en un plato de agua, o al borde del abismo del balcón con agujeros en las alas.
Ese día él supo que había sido ella la que colgó en su puerta las últimas 99, decoradas y atadas a manera de móvil, y salió a buscarla. Cuando la encontró, sus miradas se enfrentaron, sujetándose contra el vértigo que ya se los había tragado y que, ella esperaba, seguiría tragándoselos.
Fue ese mismo vértigo el que la llevó a correr descalza sobre las piedras, la tierra húmeda y seca, y el pasto de una calle cerca de Miguel Ángel de Quevedo, bajo la mirada de los dioses - viejos y antiguos, o quizás del único - hasta llegar al puente donde había entregado su corazón y donde ahora entregaba su propio deseo de vivir y el de que todos vivieran.
Se arrodilló mientras hablaba, ya no en un susurro, sino con voz segura. Terminó la última grulla y la estrechó contra su pecho, "pues este es mi deseo".
Su segundo deseo fue convertirse en grulla, garza, golondrina y volar muy muy lejos. Mientras la tarde descendía los escalones del cielo, se subió al puente para dejar la grulla sobre la rama de un árbol, y aunque sabía que no pasaría mucho para que se cayera, deseó que conociera las estrellas y los ojos de Dios, pues la esperanza no queda oculta para quien sabe verla.
Así, por todas las cosas que realmente importan, dejó el puente y dos nombres escritos cono rojo sobre la piedra. Deseó que la muerte, el sueño, Dios, la luna, la vida y el sol la vieran con sus pies descalzos, que declaraban que, sin importar lo arduo o difícil del camino, ella lo recorrería.
Y es que, con el susurro del papel y las armonía de los colores, ella sólo pensó en regalares esperanza, aún si ellos no creían en los extraños mecanismos que la impulsaron a comenzar las grullas. Y aunque en el fondo tal vez ella fuese la única que esperaría a ver su deseo cumplido, no obstante, esperaría.
Srita. Entropía ~
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