"Y si llama élNo le digas nunca que estoyDi que me he ido"
...Pero yo no entendía a dónde se había ido Alfonsina, a dónde iban las olas y marzo, mucho menos de qué se alimentaban esas lágrimas que tiraba mi madre al leerme el final de la sirenita, aquel en el que ella se vuelve espuma por no querer apuñalar a su príncipe.
¿Qué no estaba dormida Alfonsina? ¿qué no los poemas son lo contrario al silencio? Pero entonces me empapó la resaca de la marea alta - o baja, o lejana, o cercana - y supe que hay muchas maneras de escuchar silencios. Que en ese cono que trae el frente de onda - a veces coronado con peces o estrellas de mar, quizás con los cabellos de Alfonsina o con la daga que la sirenita debía usar -, que se enreda y seduce tus tobillos con su fuerza, se te va la vida en una exhalación más larga que el océano: una que va y vuelve, se lleva y trae, se va y regresa.
Alfonsina no escuchó el océano de una caracola, no pudo conformarse con ese sonido que se acomoda en tu oído y se acurruca en tu mente durante un momento. Ella tuvo que abrazarse de él, torciendo rumbos, como ella decía. Y es que, según dicen, su nombre significa "dispuesta a todo".
Mi madre nunca me dijo que Alfonsina Storni tuvo cáncer de mama. Y ahora que leo sus poemas, sé de dónde nació la letra de la canción, aunque a mi me gusta más la versión instrumental de Paquito De Rivera.
Me pregunto si Alfonsina pensó en el vértigo cuando se arrojó hacia el mar: ese que a mi me gusta sentir en la orilla de los acantilados, viendo como el mar se lleva las estrellas y los cometas invisibles. Me pregunto si ella imaginó su profundidad y si la muerte es fría y tiene el mismo vaivén que tienen las olas del mar.
Siempre he pensado - y sin encontrarle ningún caracter oscuro ni deprimente - que me gustaría morir en el mar o, en su defecto, en el agua, como Alfonsina Storni, como Virginia Woolf.
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