Ante cualquier clase de rompimiento hay una serie de ceremonias que uno debe llevar a cabo para poder sanar. Estas ceremonias tienen como objeto llenar huecos de la ausencia, aminorar el dolor y fomentar un proceso de despedida, un duelo que uno tiene que elaborar.
Pero allí estaba ese estúpido cepillo de dientes: haciéndole la vida difícil, guardado en su bolsa de maquillaje, resguardado en el baño.
Tenía muy claro cómo juntar sus calcetines, los lentes de sol, el chaleco que le había prestado e incluso un porta-vasos que le había traído de Irlanda. Todo estaba ya en un mismo lugar, listo para ser devuelto a su dueño.
Aún no tiro tu cepillo de dientes.
Nudo en la garganta, nudos en el estómagos. Nudos en la cabeza.
Yo tampoco.
Hay algo muy curioso en esos objetos que dejamos ocupen un lugar en nuestra vida. Un cepillo de dientes representa todas las noches en que se quedó contigo, en que te quedaste con él. También era parte de una ceremonia: porque te lavabas los dientes antes de darle el beso de los buenos días. Era azul, uno de tus colores favoritos, y pensaste en recuperarlo - pedírselo de vuelta - porque era un buen cepillo, y podías aprovecharlo para otro lugar.
Vas a buscar su cepillo de dientes - que es verde - al baño, y de pronto caen sobre ti todos los recuerdos, toda la nostalgia, ambos inmisericordes. Despiadados, no dejan de darte punzadas y retortijones en el estómago y el corazón.
Una mañana te levantaste a buscarlo en el sillón donde solía dormir cuando se quedaba aquí: pero él no estaba. Te acostaste a llorar su ausencia, la falta de sus brazos, en los que llegaste a refugiarte los últimos días, cuando empezó a quedarse un poco más. Hasta que fueras a acostarte un ratito con él.
Es muy difícil hacerse a la idea de que no volverás a dormir con alguien. Puede que para ti sea lo más complicado de aceptar.
Aquí está el cepillo de dientes. Lo miras. Podrías tirarlo a la basura - lo cual parece muy violento -, utilizarlo para limpiar otras cosas. Pero no parece muy justo. Sacarlo de su contexto no parece lo más correcto ni lo más lógico.
Es como si ese cepillo de dientes tuviera un pedacito de él: uno mucho más grande y significativo que los lentes de sol, el chaleco o los calcetines. Todo eso era prestado.
El cepillo representa una esperanza, un lugar, una espera. Una posibilidad.
El cepillo de dientes es casi una parte de él: a la que le abriste las puertas de tu casa, de tu cuarto, para dejarlo escabullirse entre tus sábanas, entre tus piernas, y - a la larga - en tu mente y tu corazón. Le diste un cepillo de dientes como parte de las comodidades que cualquier persona civilizada debería tener en su casa.
Pero esta ya no es su casa. Él no quiso que lo fuera. Ya no volverá a dormir en el sillón, a sentarse a tomar café o una cerveza, a practicar pasos de swing sobre la duela, o a ayudar con algo que haya que hacer en la comida.
Le abriste las puertas de tu casa y se la ofreciste como parte de todo lo que tenías. Recuerdas su fiesta de cumpleaños, los pasos de baile sobre la duela, hacer el amor sobre el sillón (el estúpido sillón), silenciosamente. Recuerdas la única vez que durmió en tu cama, con las cortinas corridas y la luz cayendo sobre ambos, hasta que llegó la mañana y tú no querías salir nunca de allí.
Lo mismo pasaba cuando estabas en la suya.
Excepto para lavarte los dientes, y poder besarlo.
Regresarle el cepillo es sólo una ceremonia más. Te preguntas qué puede decir eso: ¿ya no eres bienvenido en mi casa? ¿ya no habrá una segunda oportunidad? ¿déjame en paz y llévate todo de ti?
Cortar de tajo no es agradable, pero es necesario y lo sabes.
¿Para qué quieres su cepillo de dientes? ¿qué va a hacer ahí en tu baño?
Él no volverá a usarlo allí.
Inevitablemente te preguntas ¿qué hará él con tu cepillo de dientes?
¿A caso importa?
Él te echó de su casa. Un día decidió que ya no quería compartir su cama, su chambrita, su mesa, su jardín, su familia.
¿Qué hace un cepillo de dientes para ti en su casa todavía?
Para cuando te das cuenta, todas las preguntas han pasado por tu cabeza, sin respuesta alguna, pero el cepillo de dientes ya está en el mismo bolsillo del chaleco que sus calcetines.
No lo haces para herirlo, o por una mala razón. Es cuestión de practicidad: no tiene ninguna utilidad aquí, en tu baño. Podría aprovecharlo para otro lugar.
Otra casa.
Para besar a alguien más con los dientes limpios.
La ceremonia del adiós está llena de actos simbólicos. Algunos no requieren de explicaciones, y otros son demasiados personales como para que el otro los entienda. Dejando de lado la lógica y la consideración - que, maldita sea, aún le tienes -, sabes que entregarle su cepillo de dientes quiere decir algo.
(¿Adiós? y cuida esa sonrisa).