miércoles, 6 de mayo de 2015

Término_4

En el servicio social aprendí que las cosas más hermosas de la vida son las que llegan justo cuando menos lo esperas: lo que menos esperas. Y sin embargo, también aprendí que son las más difíciles de conservar.
Pero vale la pena luchar por ellas.

En el Laboratorio de Sensores Ópticos y eléctricos, calibré la luz de mi alma de acuerdo a la normalización de la risa y las lágrimas, del ensayo y el error. Fue en el Departamento de Instrumentación y Medición que descubrí que las decisiones más difíciles no tienen nada que ver con lo correcto o lo incorrecto, y que nunca estuve, ni tuve por qué, estar sola al momento de tomarlas.
En el Centro de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico, le hallé sentido a la ablación de mi alma. Le encontré pies y cabeza al amor, a la solidaridad, al atajo y las desviaciones, a los fracasos y los triunfos. Mis oídos se acostumbraron al sonido de los plasmas, a sus delgadas líneas espectrales, al traqueteo del láser, a la máquina de café y los instantes a solas robados antes de medio día.
El servicio social me dejó una familia: padre, hermanas y hermano. Me dejó más de una rajada en el corazón también, más de una neurona confundida y raspones en las rodillas.
En el servicio social aprendí que la ciencia no es el mundo perfecto que yo imaginaba, pero tampoco tendría por qué serlo. Aprendí que aquellos a quienes más admiramos son los que a veces pueden decepcionarnos más. Aprendí de forma dura que sigo siendo muy joven, que hay demasiado romanticismo en mí.
Sin embargo, sigo creyendo en todas y cada una de las cosas en la que creía antes de llegar.

Con la llave del laboratorio, se me dió la oportunidad de crecer, de experimentar más allá de la mesa óptica y las gráficas de Origin. La vida es una prueba que no se repite, hay que meter la pata muchas veces y es probable que haya cosas que no aprenderé jamás. Procuré cuidar las muestras y las mediciones tanto como mis relaciones. Pero, en el camino rompí una lente y mi corazón. Gajes del oficio. Hay que optimizar parámetros: recalibrar para que las cosas mejoren. Ese laboratorio sigue siendo mi hogar, el refugio al que siempre puedo regresar. Aunque siempre esté helado y las uñas de me pongan moradas, nunca me sentí tan segura como entre esas paredes. Sin embargo, no tengo un deseo más fuerte que escapar de él. Aún extrañando el olor a lluvia del pasillo, huir de ese lugar fue quizás lo mejor que me pudo haber sucedido.

En el servicio social me acostumbré a las onomatopeyas de Abigail, a su desorganización y su radiante sonrisa; me encapriché con los chinos de Estrella, pero me enamoré con los de Jesús. Le encajé a mis días la rutina de desajustárselos a ambos para estudiar su constante de elasticidad, sus parámetros de restitución. Me divertí en las esporádicas veces que estuvo también Ángela. Me resigné a extrañar a Roberto y a que es posible que las cosas entre Martín y yo nunca vuelvan a ser iguales. Me acostumbré a las tardes de café y los almuerzos en el cubículo, también a los fríos silencios y a la calidez de saberme esperada; a bajar la silla de Jesús, a mirar fijamente a Estrella, a bombardear con preguntas a Abigail.

En el servicio social aprendí sobre espectroscopía con plasmas, aprendí a soldar, a normalizar y hacer ajustes de lorentzianas; aprendí lo que pueden decir la media y la desviación estándar; aprendí sobre los exámenes profesionales y los experimentos con doble pulso. Aprendí sobre ionización, creación de cortos circuitos, organización de datos y aprendí sobre lo que dicen las gráficas.
Pero también aprendí a ser feliz con quien soy. Encontré los rastros de la dispersión de la luz en mi porque otros la encontraron, y decidí quedarme con eso. Aprendí a dejarme llevar y ser feliz por ser feliz. Pero también aprendí que debo optimizar los parámetros de intensidad. Aprendí a esperar, pero también a no esperar. Aunque eso último es una lección que todavía no termino de asimilar.

Al terminar el servicio social, me he vuelto enemiga de la academia, de los rangos del SNI, del CONACYT y de los trámites burocráticos. Reflexionando, sé la clase de científica que quiero ser. Pero también sé la clase de científica, la clase de persona, que jamás me permitiría ser, que espero nunca llegar a convertirme.

Pero, no me dejan poner todo eso en el reporte.

[Por último, quiero agradecer al Dr. Sobral, por haberme dado un camino, pero también la oportunidad de dibujar un atajo. Por haberme querido ante todo, por haberme hecho el mejor regalo que pude tener en la carrera que escogí; a la física Trujillo, por dejarme ser parte de su investigación, y de su vida. Por ser una amiga y una guía, mi modelo a seguir, mi inspiración para ser mejor. Por estar presente en ésta aventura de crecer como científica y como persona; a la maestra Terán, por su apoyo e infinita solidaridad, por no haberme juzgado nunca, y por haberme dejado acercarme, aunque fuera poco, irrumpiendo de poco en poco en su espacio personal; al maestro Rangel, simplemente por haber dicho "deja que la Majo del futuro se preocupe por eso", por los buenos ratos en que dejamos que el mundo se fuera y por su inmensa generosidad ]