Porque es rico variar entre café, té y chelas, recordando que el desenfreno es completamente válido, que también la vida se trata de impulsos que nos llevan a anécdotas a futuro para curarnos la incertidumbre. Porque hablarte es también como asomarme un poquito en mi, por aquello de que me conoces de toda la vida y dirigirme a ti es, un poco, dirigirme a ti, con ese típico "Ay" de "qué pendeja eres, pero aquí estoy, tras años o meses, aquí estoy para ti".
Porque este vínculo se ha hecho más fuerte tras peleas, arrebatadas de galanes, malas intenciones y olvidos pasajeros.
Porque, al final, siempre tuvimos la exclusiva de la vida de la otra. Los jugos para la cruda, las lágrimas para el güey que nos rompió el corazón, los cigarritos (aunque ahora ya no te haga compañía con uno) para maldecir a los hombres, los mails para darnos señales de vida, lejos o cerca. La oportunidad de conocer el mundo mediante metidas de pata y uno que otro acierto, y tener a alguien allí que nos conoce desde que supimos que era, para empezar, una pata.
Qué loco. Y después de 16 años de conocerte por fin voy a poder regalarte unos estúpidos aretes que vas a poder usar.
Te quiero, Melko.